Page 500 - El Señor de los Anillos
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escapar, o que los rescatasen, pero esto lo perdió. La espada resonó débilmente y
brilló un poco a la luz de la hoguera que ardía a la izquierda. Una flecha salió
silbando de la oscuridad; arrojada con habilidad, o guiada por el destino, le
atravesó a Grishnákh la mano derecha. El orco dejó caer la espada y chilló. Se
oyó un rápido golpeteo de cascos y en el mismo momento en que Grishnákh
echaba a correr, lo atropello un caballo y lo traspasó una lanza. Grishnákh lanzó
un grito terrible y estremecido y ya no se movió.
Los hobbits estaban aún en el suelo, como Grishnákh los había dejado. Otro
jinete acudió rápidamente. Ya fuese porque era capaz de ver en la oscuridad o
por algún otro sentido, el caballo saltó y pasó con facilidad sobre ellos, pero el
jinete no los vio. Los hobbits se quedaron allí tendidos, envueltos en los mantos
élficos, por el momento demasiado aplastados, demasiado asustados para
levantarse.
Al fin Merry se movió y susurró en voz baja:
—Todo bien hasta ahora, pero ¿cómo evitaremos nosotros que nos traspasen
de parte a parte?
La respuesta llegó casi en seguida. Los gritos de Grishnákh habían alertado a
los orcos. Por los aullidos y chillidos que venían de la loma, los hobbits dedujeron
que los orcos estaban buscándolos; Uglúk sin duda cortaba en ese momento
algunas cabezas más. Luego de pronto unas voces de orcos respondieron a los
gritos desde la derecha, más allá del círculo de los fuegos, desde el bosque y las
montañas. Parecía que Mauhúr había llegado y atacaba ahora a los sitiadores. Se
oyó un galope de caballos. Los jinetes estaban cerrando el círculo alrededor de la
loma, afrontando las flechas de los orcos, como para prevenir que alguien
saliese, mientras que una tropa corría a ocuparse de los recién llegados. De
pronto Merry y Pippin cayeron en la cuenta de que sin haberse movido se
encontraban ahora fuera del círculo; nada impedía que escaparan.
—Bueno —dijo Merry—, si al menos tuviésemos las piernas y las manos
libres, podríamos irnos. Pero no puedo tocar los nudos y no puedo morderlos.
—No hay por qué intentarlo —dijo Pippin—. Iba a decírtelo. Conseguí
librarme las manos. Estos lazos son sólo un simulacro. Será mejor que primero
tomes un poco de lembas.
Retiró las cuerdas de las muñecas y sacó un paquete del bolsillo. Las galletas
estaban rotas, pero bien conservadas, envueltas aún en las hojas. Los hobbits
comieron uno o dos trozos cada uno. El sabor les trajo el recuerdo de unas caras
hermosas y de risas y comidas sanas en días tranquilos y lejanos ahora. Durante
un rato comieron con aire pensativo, sentados en la oscuridad, sin prestar
atención a los gritos y ruidos de la batalla cercana. Pippin fue el primero en
regresar al presente.