Page 502 - El Señor de los Anillos
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siempre.
        » Mucho tendré que esforzarme si pretendo llegar a tu altura. En verdad el
      primo  Brandigamo  va  ahora  al  frente.  Entra  en  escena  en  este  momento.  No
      creo que sepas muy bien dónde estamos; pero he aprovechado mejor que tú el
      tiempo  que  pasamos  en  Rivendel.  Marchamos  hacia  el  oeste  a  lo  largo  del
      Entaguas. Las estribaciones de las Montañas Nubladas se alzan ahí delante, y el
      bosque de Fangorn.
        Hablaba aún cuando el linde sombrío del bosque apareció justo ante ellos. La
      noche  parecía  haberse  refugiado  bajo  los  grandes  árboles,  alejándose
      furtivamente del alba próxima.
        —¡Adelante, maese Brandigamo! —dijo Pippin—. ¡O demos media vuelta!
      Nos han advertido a propósito de Fangorn. Pero alguien tan avisado como tú no
      puede haberlo olvidado.
        —No lo he olvidado —respondió Merry—, pero aun así el bosque me parece
      preferible a regresar y encontrarnos en medio de una batalla.
      Marchó adelante y se metió bajo las ramas enormes. Los árboles parecían no
      tener  edad.  Unas  grandes  barbas  de  liquen  colgaban  ante  ellos,  ondulando  y
      balanceándose en la brisa. Desde el fondo de sombras los hobbits se atrevieron a
      mirar atrás: pequeñas figuras furtivas que a la débil luz parecían niños elfos en los
      abismos  del  tiempo  mirando  asombrados  desde  la  floresta  salvaje  la  luz  de  la
      primera aurora.
        Lejos  y  por  encima  del  Río  Grande  y  las  Tierras  Pardas,  sobre  leguas  y
      leguas de extensiones grises, llegó el alba, roja como un fuego. Los cuernos de
      caza  resonaron  saludándola.  Los  Jinetes  de  Rohan  despertaron  a  la  vida.  Los
      cuernos respondieron a los cuernos.
        Merry y Pippin oyeron, claros en el aire frío, los relinchos de los caballos de
      guerra y el canto repentino de muchos hombres. El limbo del sol se elevó como
      un arco de fuego sobre las márgenes del mundo. Dando grandes gritos, los jinetes
      cargaron desde el este; la luz roja centelleaba sobre las mallas y las lanzas. Los
      orcos aullaron y dispararon las flechas que les quedaban aún. Los hobbits vieron
      que  varios  hombres  caían;  pero  la  línea  de  jinetes  consiguió  mantenerse  a  lo
      largo  y  por  encima  de  la  loma,  y  dando  media  vuelta  cargaron  otra  vez.  La
      mayoría de los orcos que estaban aún con vida se desbandaron y huyeron, en
      distintas  direcciones  y  fueron  perseguidos  uno  a  uno  hasta  que  casi  todos
      murieron. Pero una tropa, apretada en una cuña negra, avanzó resuelta hacia el
      bosque.  Subiendo  por  la  pendiente  cargaron  contra  los  centinelas.  Estaban
      acercándose y parecía que iban a escapar: ya habían derribado a tres jinetes que
      les cerraban el paso.
        —Hemos  mirado  demasiado  tiempo  —dijo  Merry—.  ¡Allí  está  Uglúk!  No
      quisiera encontrármelo otra vez.
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