Page 507 - El Señor de los Anillos
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están nuestras provisiones?
        —Escasas  —dijo  Merry—.  Escapamos  sin  nada  más  que  dos  pequeños
      paquetes de lembas y abandonamos todo el resto. —Examinaron lo que quedaba
      de los bizcochos de los elfos: sólo unos pocos pedazos que no durarían más de
      cinco  días—.  Y  nada  con  que  cubrirnos  —dijo  Merry—.  Pasaremos  frío  esta
      noche, no importa por donde vayamos.
        —Bueno, será mejor que lo decidamos ahora —dijo Pippin—. La mañana
      estará ya bastante avanzada.
        En ese mismo momento vieron que una luz amarilla había aparecido un poco
      más  allá:  los  rayos  del  sol  parecían  haber  traspasado  de  pronto  la  bóveda  del
      bosque.
        —¡Mira!  —dijo  Merry—.  El  sol  tiene  que  haberse  ocultado  en  una  nube
      mientras estábamos bajo los árboles y ahora ha salido otra vez, o ha subido lo
      suficiente como para echar una mirada por alguna abertura. No es muy lejos,
      ¡vamos a ver!
        Pronto descubrieron que el sitio estaba más lejos de lo que habían imaginado.
      El terreno continuaba elevándose en una empinada pendiente y era cada vez más
      pedregoso. La luz crecía a medida que avanzaban y pronto se encontraron ante
      una  pared  de  piedra:  la  falda  de  una  colina  o  el  fin  abrupto  de  alguna  larga
      estribación que venía de las montañas distantes. No había allí ningún árbol y el sol
      caía de lleno sobre la superficie de piedra. Las ramas de los árboles que crecían
      al  pie  de  la  pared  se  extendían  tiesas  e  inmóviles,  como  para  recibir  el  calor.
      Donde todo les pareciera antes tan avejentado y gris, brillaban ahora los pardos y
      los ocres y los grises y negros de la corteza, lustrosos como cuero encerado. En
      las copas de los árboles había un claro resplandor verde, como de hierba nueva,
      como si una primavera temprana —o una visión fugaz de la primavera— flotara
      alrededor.
        En la cara del muro de piedra se veía una especie de escalinata: quizá natural,
      labrada  por  las  inclemencias  del  tiempo  y  el  desgaste  de  la  piedra,  pues  los
      escalones eran desiguales y toscos. Arriba, casi a la altura de las cimas de los
      árboles,  había  una  cornisa,  debajo  de  un  risco.  Nada  crecía  allí  excepto  unas
      pocas  hierbas  y  malezas  en  el  borde  y  un  viejo  tronco  de  árbol  donde  sólo
      quedaban  dos  ramas  retorcidas;  parecía  casi  la  silueta  de  un  hombre  viejo  y
      encorvado que estaba allí de pie, parpadeando a la luz de la mañana.
        —¡Subamos! —dijo Merry alegremente—. ¡Vayamos a respirar un poco de
      aire fresco y echar una mirada a las cercanías!
        Treparon por la pared. Si los escalones no eran naturales habían sido labrados
      para  pies  más  grandes  y  piernas  más  largas  que  los  de  los  hobbits.  Se  sentían
      demasiado  impacientes  y  no  se  detuvieron  a  pensar  cómo  era  posible  que  ya
      hubieran recobrado las fuerzas y que las heridas y lastimaduras del cautiverio
      hubieran  cicatrizado  de  un  modo  tan  notable.  Llegaron  al  fin  al  borde  de  la
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