Page 499 - El Señor de los Anillos
P. 499

es  bueno  tantear  en  la  oscuridad.  Podríamos  ahorrarle  tiempo  y  dificultades.
      Pero primero tendría que desatarnos las piernas, o no haremos nada, ni diremos
      nada.
        —Mis  queridos  y  tiernos  tontitos  —siseó  Grishnákh—,  todo  lo  que  tenéis  y
      todo lo que sabéis, se os sacará en el momento adecuado: ¡todo! Desearéis tener
      algo más que decir para contentar al Inquisidor; así será en verdad y muy pronto.
      No  apresuraremos  el  interrogatorio.  Claro  que  no.  ¿Por  qué  pensáis  que  os
      perdonamos la vida? Mis pequeños amiguitos, creedme os lo ruego si os digo que
      no fue por bondad. Ni siquiera Uglúk habría caído en esa falta.
        —No  me  cuesta  nada  creerlo  —dijo  Merry—.  Pero  aún  no  ha  llevado  la
      presa a destino. Y no parece que vaya a parar a las manos de usted, pase lo que
      pase. Si llegamos a Isengard no será el gran Grishnákh el beneficiario. Saruman
      tomará todo lo que pueda encontrar. Si quiere algo para usted, es el momento de
      hacer un trato.
        Grishnákh  empezó  a  perder  la  cabeza.  El  nombre  de  Saruman  sobre  todo
      parecía  haberlo  enfurecido.  El  tiempo  pasaba  y  el  alboroto  estaba  muriendo:
      Uglúk o los Isengardos volverían en cualquier instante.
        —¿Lo tenéis aquí, o no? —gruñó el orco.
        —¡Gollum, gollum! —dijo Pippin.
        —¡Desátanos las piernas! —dijo Merry.
        Los brazos del orco se estremecieron con violencia.
        —¡Maldito  seas,  gusanito  sucio!  —siseó—.  ¿Desataros  las  piernas?  Os
      desataré  todas  las  fibras  del  cuerpo.  ¿Creéis  que  yo  no  podría  hurgaros  las
      entrañas? ¿Hurgar digo? Os reduciré a lonjas palpitantes. No necesito la ayuda de
      vuestras piernas para sacaros de aquí, ¡y teneros para mí solo!
        De pronto los alzó a los dos. La fuerza de los largos brazos y los hombros era
      aterradora. Se puso a los hobbits bajo los brazos y los apretó ferozmente contra
      las costillas; unas manos grandes y sofocantes les cerraron las bocas. Luego saltó
      hacia adelante, el cuerpo inclinado. Así se alejó, rápido y en silencio, hasta llegar
      al borde de la loma. Allí, eligiendo un espacio libre entre los centinelas, se internó
      en la noche como una sombra maligna, bajó por la pendiente y fue hacia el río
      que corría en el oeste saliendo del bosque. Allí se abría un claro amplio, con una
      sola hoguera.
        Luego  de  haber  cubierto  una  docena  de  metros,  Grishnákh  se  detuvo,
      espiando  y  escuchando.  No  se  veía  ni  se  oía  nada.  Se  arrastró  lentamente,
      inclinado casi hasta el suelo. Luego se detuvo en cuclillas y escuchó otra vez. En
      seguida se incorporó, como si fuera a saltar. En ese momento la forma oscura de
      un jinete se alzó justo delante. Un caballo bufó y se encabritó. Un hombre llamó
      en voz alta.
        Grishnákh se echó de bruces al suelo, arrastrando a los hobbits; luego sacó la
      espada. Había decidido evidentemente matar a los cautivos antes que permitirles
   494   495   496   497   498   499   500   501   502   503   504