Page 878 - El Señor de los Anillos
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No  hubo  respuesta;  sólo  un  silencio  profundo,  más  aterrador  aún  que  los
      murmullos; y luego sopló una ráfaga fría que estremeció y apagó las antorchas,
      y fue imposible volver a encenderlas. Del tiempo que siguió, una hora o muchas,
      Gimli recordó muy poco. Los otros apresuraron el paso, pero él iba aún a la zaga,
      perseguido  por  un  horror  indescriptible  que  siempre  parecía  estar  a  punto  de
      alcanzarlo y un rumor que crecía a sus espaldas, como el susurro fantasmal de
      innumerables pies. Continuó avanzando y tropezando, hasta que se arrastró por el
      suelo como un animal y sintió que no podía más; o encontraba una salida o daba
      media vuelta y en un arranque de locura corría al encuentro del terror que venía
      persiguiéndolo.
        De pronto, oyó el susurro cristalino del agua, un sonido claro y nítido, como
      una  piedra  que  cae  en  un  sueño  de  sombras  oscuras.  La  luz  aumentó,  la
      compañía  traspuso  otra  puerta,  una  arcada  alta  y  ancha,  y  de  improviso  se
      encontró caminando a la vera de un arroyo; y más allá un camino descendía en
      brusca  pendiente  entre  dos  riscos  verticales,  como  hojas  de  cuchillo  contra  el
      cielo lejano. Tan profundo y angosto era el abismo que el cielo estaba oscuro, y
      en él titilaban unas estrellas diminutas. Sin embargo, como Gimli supo más tarde,
      aún faltaban dos horas para el anochecer; aunque por lo que él podía entender en
      ese  momento,  bien  podía  tratarse  del  crepúsculo  de  algún  año  por  venir,  o  de
      algún otro mundo.
      La  compañía  montó  nuevamente  a  caballo  y  Gimli  volvió  junto  a  Legolas.
      Cabalgaban en fila, y la tarde caía, dando paso a un anochecer de un azul intenso;
      y el miedo los perseguía aún. Legolas, volviéndose para hablar con Gimli, miró
      atrás, y el enano alcanzó a ver el centelleo de los ojos brillantes del elfo. Detrás
      iba  Elladan,  el  último  de  la  compañía,  pero  no  el  último  en  tomar  el  camino
      descendente.
        —Los Muertos nos siguen —dijo Legolas—. Veo formas de hombres y de
      caballos,  y  estandartes  pálidos  como  jirones  de  nubes,  y  lanzas  como  zarzas
      invernales en una noche de niebla. Los Muertos nos siguen.
        —Sí, los  Muertos  cabalgan  detrás  de nosotros.  Han  sido  convocados —dijo
      Elladan.
        Tan repentinamente como si se hubiese escurrido por la grieta de un muro, la
      compañía  salió  al  fin  de  la  hondonada;  ante  ellos  se  extendían  las  tierras
      montañosas  de  un  gran  valle,  y  el  arroyo  descendía  con  una  voz  fría,  en
      numerosas cascadas.
        —¿En qué lugar de la Tierra Media nos encontramos? —preguntó Gimli; y
      Elladan le respondió:
        —Hemos  bajado  desde  las  fuentes  del  Morthond,  el  largo  río  de  aguas
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