Page 873 - El Señor de los Anillos
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—Sí —respondió él.
—¿No permitiréis entonces que me una a esta Compañía, como os lo he
pedido?
—No, señora —dijo él—. Pues no podría concedéroslo sin el permiso del rey
y vuestro hermano; y ellos no regresarán hasta mañana. Mas ya cuento todas las
horas y todos los minutos. ¡Adiós!
Eowyn cayó entonces de rodillas, diciendo:
—¡Os lo suplico!
—No, señora —dijo otra vez Aragorn, y le tomó la mano para obligarla a
levantarse, y se la besó. Y saltando sobre la silla, partió al galope sin volver la
cabeza; y sólo aquellos que lo conocían bien y que estaban cerca supieron de su
dolor.
Pero Eowyn permaneció inmóvil como una estatua de piedra, las manos
crispadas contra los flancos, siguiendo a los hombres con la mirada hasta que se
perdieron bajo el negro Dwimor, el Monte de los Espectros, donde se encontraba
la Puerta de los Muertos. Cuando los jinetes desaparecieron, dio media vuelta, y
con el andar vacilante de un ciego regresó a su pabellón. Pero ninguno de los
suyos fue testigo de aquella despedida; el miedo los mantenía escondidos en los
refugios: se negaban a abandonarlos antes de la salida del sol, y antes que
aquellos extranjeros temerarios se hubiesen marchado del Sagrario.
Y algunos decían:
—Son criaturas élficas. Que vuelvan a los lugares de donde han venido y que
no regresen nunca más. Ya bastante nefastos son los tiempos.