Page 871 - El Señor de los Anillos
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ningún otro camino puede servirme.
        —Pero  es  una  locura  —exclamó  la  Dama—.  Hay  con  vos  caballeros  de
      reconocido valor, a quienes no tendríais que arrastrar a las sombras, sino guiarlos
      a la guerra, donde se necesitan tantos hombres. Esperad, os suplico, y partid con
      mi hermano; así habrá alegría en nuestros corazones, y nuestra esperanza será
      más clara.
        —No  es  locura,  señora  —repuso  Aragorn—:  es  el  camino  que  me  fue
      señalado. Quienes me siguen así lo decidieron ellos mismos, y si ahora prefieren
      desistir,  y  cabalgar  con  los  Rohirrim,  pueden  hacerlo.  Pero  yo  iré  por  los
      Senderos de los Muertos, solo, si es preciso,
        Y no hablaron más y comieron en silencio; pero Eowyn no apartaba los ojos
      de  Aragorn,  y  el  dolor  que  la  atormentaba  era  visible  para  todos.  Al  fin  se
      levantaron, se despidieron de la Dama, y luego de darle las gracias, se retiraron a
      descansar.
        Pero  cuando  Aragorn  llegaba  al  pabellón  que  compartiría  esa  noche  con
      Legolas y Gimli, donde sus compañeros ya habían entrado, la Dama lo siguió y
      lo  llamó.  Aragorn  se  volvió  y  la  vio,  una  luz  en  la  noche,  pues  iba  vestida  de
      blanco; pero tenía fuego en la mirada.
        —¡Aragorn! —le dijo— ¿por qué queréis tomar ese camino funesto?
        —Porque he de hacerlo —fue la respuesta—. Sólo así veo alguna esperanza
      de  cumplir  mi  cometido  en  la  guerra  contra  Sauron.  No  elijo  los  caminos  del
      peligro, Eowyn. Si escuchara la llamada de mi corazón, estaría a esta hora en el
      lejano Norte, paseando por el hermoso valle de Rivendel.
        Ella permaneció en silencio un momento, como si pesara el significado de
      aquellas palabras. Luego, de improviso, puso una mano en el brazo de Aragorn.
        —Sois  un  señor  austero  e  inflexible  —dijo—;  así  es  como  los  hombres
      conquistan  la  gloria.  —Hizo  una  pausa—.  Señor  —prosiguió—,  si  tenéis  que
      partir, dejad que os siga. Estoy cansada de esconderme en las colinas, y deseo
      afrontar el peligro y la batalla.
        —Vuestro deber está aquí entre los vuestros —respondió Aragorn.
        —Demasiado he oído hablar de deber —exclamó ella—. Pero ¿no soy por
      ventura  de  la  Casa  de  Eorl,  una  virgen  guerrera  y  no  una  nodriza  seca?  Ya
      bastante he esperado con las rodillas flojas. Si ahora no me tiemblan, parece, ¿no
      puedo vivir mi vida como yo lo deseo?
        —Pocos pueden hacerlo con honra —respondió Aragorn—. Pero en cuanto a
      vos, señora: ¿no habéis aceptado la tarea de gobernar al pueblo hasta el regreso
      del  Señor?  Si  no  os  hubieran  elegido,  habrían  nombrado  a  algún  mariscal  o
      capitán, y no podría abandonar el cargo, estuviese o no cansado de él.
        —¿Siempre  seré  yo  la  elegida?  —replicó  ella  amargamente—.  ¿Siempre
      tendré  yo  que  quedarme  en  casa  cuando  los  caballeros  parten,  dedicada  a
      pequeños  menesteres  mientras  ellos  conquistan  la  gloria,  para  que  al  regresar
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