Page 867 - El Señor de los Anillos
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la vista. Aragorn cabalgó hasta el desfiladero y los siguió con los ojos hasta que la
      tropa  se  perdió  en  lontananza,  en  lo  más  profundo  del  valle.  Luego  miró  a
      Halbarad.
        —Acabo de ver partir a tres seres muy queridos —dijo—, y el pequeño no
      menos querido que los otros. No sabe qué destino le espera, pero si lo supiese,
      igualmente iría.
        —Gente pequeña pero muy valerosa —dijo Halbarad. Poco saben de cómo
      hemos trabajado en defensa de las fronteras de la Comarca, pero no les guardo
      rencor.
        —Y ahora nuestros destinos se entrecruzan —dijo Aragorn—. Y sin embargo,
      ay,  hemos  de  separarnos.  Bien,  tomaré  un  bocado,  y  luego  también  nosotros
      tendremos que apresurarnos a partir. ¡Venid, Legolas y Gimli! Quiero hablar con
      vosotros mientras como.
        Volvieron juntos al Fuerte, y durante un rato Aragorn permaneció silencioso,
      sentado a la mesa de la sala, mientras los otros esperaban.
        —¡Veamos!  —dijo  al  fin  Legolas—.  ¡Habla  y  reanímate  y  ahuyenta  las
      sombras! ¿Qué ha pasado desde que regresamos en la mañana gris a este lugar
      siniestro?
        —Una lucha más siniestra para mí que la batalla de Cuernavilla —respondió
      Aragorn. He escrutado la Piedra de Orthanc, amigos míos.
        —¿Has  escrutado  esa  piedra  maldita  y  embrujada?  —exclamó  Gimli  con
      cara de miedo y asombro. ¿Le has dicho algo a… él? Hasta Gandalf temía ese
      encuentro.
        —Olvidas con quién estás hablando —dijo Aragorn con severidad, y los ojos
      le  relampaguearon—.  ¿Acaso  no  proclamé  abiertamente  mi  título  ante  las
      puertas de Edoras? ¿Qué temes que haya podido decirle a él? No, Gimli —dijo
      con voz  más  suave,  y  la expresión  severa  se  le borró,  y  pareció  más  bien  un
      hombre que ha trabajado en largas y atormentadas noches de insomnio—. No,
      amigos míos, soy el dueño legítimo de la Piedra, y no me faltaban ni el derecho
      ni la entereza para utilizarla o al menos eso creía yo. El derecho es incontestable.
      La entereza me alcanzó… a duras penas.
        Aragorn tomó aliento.
        —Fue  una  lucha  ardua,  y  la  fatiga  tarda  en  pasar.  No  le  hablé,  y  al  final
      sometí la Piedra a mi voluntad. Soportar eso solo ya le será difícil. Y me vio. Sí,
      maese Gimli, me vio, pero no como vosotros me veis ahora. Si eso le sirve de
      ayuda, habré hecho mal. Pero no lo creo. Supongo que saber que estoy vivo y
      que camino por la tierra fue un golpe duro para él, pues hasta hoy lo ignoraba.
      Los ojos de Orthanc no habían podido traspasar la armadura de Théoden; pero
      Sauron no ha olvidado a Isildur ni la espada de Elendil. Y ahora, en el momento
      preciso  en  que  pone  en  marcha  sus  ambiciosos  designios,  se  le  revelan  el
      heredero  de  Elendil  y  la  Espada;  pues  le  mostré  la  hoja  que  fue  forjada  de
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