Page 863 - El Señor de los Anillos
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todavía estás a tiempo!
        —Hubo una batalla aquí, hace tres noches —dijo Gimli—, y aquí fue donde
      Legolas y yo jugamos una partida que yo gané por un solo orco. ¡Ven y verás
      cómo  fue!  ¡Y  hay  cavernas,  Merry,  cavernas  maravillosas!  ¿Crees  que
      podremos visitarlas, Legolas?
        —¡No! No tenemos tiempo —dijo el elfo—. ¡No estropees la maravilla con
      la impaciencia! Te he dado mi palabra de que volveré contigo, si tenemos alguna
      vez un día de paz y libertad. Pero ya es casi mediodía, y a esa hora comeremos,
      y luego partiremos otra vez, tengo entendido.
        Merry  se  levantó  y  bostezó.  Las  escasas  horas  de  sueño  habían  sido
      insuficientes; se sentía cansado y bastante triste. Echaba de menos a Pippin, y
      tenía la impresión de no ser sino una carga, mientras todos los demás trabajaban
      de prisa preparando planes para algo que él no terminaba de entender.
        —¿Dónde está Aragorn? —preguntó.
        —En una de las cámaras altas de la villa —le respondió Legolas—. No ha
      dormido  ni  descansado,  me  parece.  Subió  allí  hace  unas  horas,  diciendo  que
      necesitaba reflexionar, y sólo lo acompañó su primo, Halbarad; pero tiene una
      duda oscura o alguna preocupación.
        —Es una compañía extraña, la de estos recién llegados —dijo Gimli—. Son
      hombres  recios  y  arrogantes;  junto  a  ellos  los  Jinetes  de  Rohan  parecen  casi
      niños; tienen rostros feroces, como de roca gastada por los años casi todos ellos,
      hasta el propio Aragorn; y son silenciosos.
        —Pero lo mismo que Aragorn, cuando rompen el silencio son corteses —dijo
      Legolas—.  ¿Y  has  observado  a  los  hermanos  Elladan  y  Elrohir?  Visten  ropas
      menos sombrías que los demás, y tienen la belleza y la arrogancia de los señores
      elfos; lo que no es extraño en los hijos de Elrond de Rivendel.
        —¿Por  qué  han  venido?  ¿Lo  sabes?  —preguntó  Merry.  Se  había  vestido,  y
      echándose sobre los hombros la capa gris, marchó con sus compañeros hacia la
      puerta destruida de la villa.
        —En respuesta a una llamada, tú mismo lo oíste —dijo Gimli—. Dicen que
      un mensaje llegó a Rivendel: Aragorn necesita la ayuda de los suyos. ¡Que los
      Dúnedain se unan a él en Rohan! Pero de dónde les llegó este mensaje, ahora es
      un misterio para ellos. Lo ha de haber enviado Gandalf, presumo yo.
        —No,  Galadriel  —dijo  Legolas—.  ¿No  habló  por  boca  de  Gandalf  de  la
      cabalgata de la Compañía Gris llegada del Norte?
        —Sí,  tienes  razón  —dijo  Gimli—.  ¡La  Dama  del  Bosque!  Ella  lee  en  los
      corazones  y  las  esperanzas.  ¿Por  qué,  Legolas,  no  habremos  deseado  la
      compañía de algunos de los nuestros?
        Legolas  se  había  detenido  frente  a  la  puerta,  el  bello  rostro  atribulado,  la
      mirada perdida en la lejanía, hacia el norte y el este.
        —Dudo  que  alguno  quisiera  acudir  —respondió—.  No  necesitan  venir  tan
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