Page 946 - El Señor de los Anillos
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veces menor que la del enemigo, ahora la situación se había agravado: desde
Osgiliath, donde las huestes enemigas se habían reunido a esperar la señal del
Capitán Negro para lanzarse al saqueo de la ciudad y la ruina de Gondor,
llegaban sin cesar nuevas fuerzas. El Capitán había caído; pero Gothmog, el
lugarteniente de Morgul, los exhortaba ahora a la contienda: Hombres del Este
que empuñaban hachas, Variags que venían de Khand, Hombres del Sur vestidos
de escarlata, y Hombres Negros que de algún modo parecían trolls llegados de la
Lejana Harad, de ojos blancos y lenguas rojas. Algunos se precipitaban a atacar
a los Rohirrim por la espalda, mientras otros contenían en el oeste a las fuerzas de
Gondor, para impedir que se reunieran con las de Rohan.
Entonces, a la hora precisa en que la suerte parecía volverse contra Gondor,
y las esperanzas flaqueaban, se elevó un nuevo grito en la ciudad. Mediaba la
mañana; soplaba un viento fuerte, y la lluvia huía hacia el norte; y el sol brilló de
pronto. En el aire límpido los centinelas apostados en los muros atisbaron a lo
lejos una nueva visión de terror; y perdieron la última esperanza.
Pues desde el recodo del Harlond, el Anduin corría de tal modo que los hombres
de la ciudad podían seguir con la mirada el curso de las aguas hasta muchas
leguas de distancia, y los de vista más aguda alcanzaban a ver las naves que
venían del mar. Y mirando hacia allí, los centinelas prorrumpieron en gritos
desesperados: negra contra el agua centelleante vieron una flota de galeones y
navíos de gran calado y muchos remos, las velas negras henchidas por la brisa.
—¡Los Corsarios de Umbar! —gritaron—. ¡Los Corsarios de Umbar! ¡Mirad!
¡Los Corsarios de Umbar vienen hacia aquí! Entonces ha caído Belfalas, y
también el Ethir y el Lebennin. ¡Los Corsarios ya están sobre nosotros! ¡Es el
último golpe del destino!
Y algunos, sin que nadie lo mandase, pues no quedaba en la ciudad ningún
hombre que pudiera dar órdenes, corrían a las campanas y tocaban la alarma; y
otros soplaban las trompetas llamando a la retirada de las tropas.
—¡Retornad a los muros! —gritaban—. ¡Retornad a los muros! ¡Volved a la
ciudad antes que todos seamos arrasados!
Pero el mismo viento que empujaba los navíos se llevaba lejos el clamor de
los hombres.
Los Rohirrim no necesitaban de esas llamadas y voces de alarma: demasiado
bien veían con sus propios ojos los velámenes negros. Pues en aquel momento
Eomer combatía a apenas una milla del Harlond, y entre él y el puerto había una
compacta hueste de adversarios; y mientras tanto los nuevos ejércitos se
arremolinaban en la retaguardia, separándolo del Príncipe. Y cuando miró el río,
la esperanza se extinguió en él, y maldijo el viento que poco antes había
bendecido. Pero las huestes de Mordor cobraron entonces nuevos ánimos, y
enardecidas por una vehemencia y una furia nuevas, se lanzaron al ataque dando