Page 941 - El Señor de los Anillos
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Gandalf? ¿Por qué no está aquí? ¿No podría haber salvado al rey y a Eowyn?»
        En ese momento llegó Eomer al galope, acompañado por los sobrevivientes
      de la escolta del rey que habían logrado dominar a los caballos. Y todos miraron
      con  asombro  el  cadáver  de  la  bestia  abominable;  y  los  caballos  se  negaban  a
      acercarse. Pero Eomer se apeó de un salto, y el dolor y el desconsuelo cayeron
      de pronto sobre él cuando llegó junto al rey y se quedó allí en silencio.
        Entonces  uno  de  los  caballeros  tomó  de  la  mano  de  Gúthlaf,  el
      portaestandarte  que  yacía  muerto,  la  bandera  del  rey,  y  la  levantó  en  alto.
      Théoden abrió lentamente los ojos, y al ver el estandarte indicó con una seña que
      se lo entregaran a Eomer.
        —¡Salve, Rey de la Marca! —dijo—. ¡Marcha ahora a la victoria! ¡Llévale
      mis adioses a Eowyn! —Y así murió Théoden sin saber que Eowyn yacía a su
      lado. Y quienes lo rodeaban lloraron, clamando:
        —¡Théoden Rey! ¡Théoden Rey!
        Pero Eomer les dijo:
       ¡No derraméis excesivas lágrimas! Noble fue en vida el caído
       y tuvo una muerte digna. Cuando el túmulo se levante,
       llorarán las mujeres. ¡Ahora la guerra nos reclama!
        Sin embargo, Eomer mismo lloraba al hablar.
        —Que los caballeros de la escolta monten guardia junto a él, y con honores
      retiren de aquí el cuerpo, para que no lo pisoteen las tropas en la batalla. Sí, el
      cuerpo del rey y el de todos los caballeros de su escolta que aquí yacen. —Y
      miró a los caídos, y recordó sus nombres. De pronto vio a Eowyn, su hermana, y
      la  reconoció.  Quedó  un  instante  en  suspenso,  como  un  hombre  herido  en  el
      corazón por una flecha en la mitad de un grito. Una palidez cadavérica le cubrió
      el rostro, y una furia mortal se alzó en él, y por un momento no pudo decir nada.
      Parecía que había perdido la razón.
        —¡Eowyn,  Eowyn!  —gritó  al  fin—.  ¡Eowyn!  ¿Cómo  llegaste  aquí?  ¿Qué
      locura es ésta, qué artificio diabólico? ¡Muerte, muerte, muerte! ¡Que la muerte
      nos lleve a todos!
        Entonces, sin consultar a nadie, sin esperar la llegada de los hombres de la
      ciudad, montó y volvió al galope hacia la vanguardia del gran ejército, hizo sonar
      un cuerno y dio con fuertes gritos la orden de iniciar el ataque. Clara resonó la
      voz de Eomer a través del campo:
        —¡Muerte! ¡Galopad, galopad hacia la ruina y el fin del mundo!
        A  esta  señal,  el  ejército  de  los  Rohirrim  se  puso  en  movimiento.  Pero  los
      hombres ya no cantaban. Muerte, gritaban con una sola voz poderosa y terrible,
      y acelerando el galope de las cabalgaduras, pasaron como una inmensa marea
      alrededor del rey caído, y se precipitaron rugiendo rumbo al sur.
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