Page 936 - El Señor de los Anillos
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                 La batalla de los campos del Pelennor
      Pero  no  era  un  cabecilla  orco  ni  un  bandolero  el  que  conducía  el  asalto  de
      Gondor. Las tinieblas parecían disiparse demasiado pronto, antes de lo previsto
      por el amo del Capitán Negro: momentáneamente la suerte le era adversa, y el
      mundo parecía volverse contra él; y ahora se le escapaba la victoria, cuando ya
      iba  a  ponerle  las  manos  encima.  No  obstante,  él  tenía  aún  el  brazo  largo,
      autoridad,  y  grandes  poderes.  Rey,  Espectro  del  Anillo,  Señor  de  los  Nazgûl,
      disponía de muchas armas. Se alejó de la Puerta y desapareció.
      Théoden Rey de la Marca había llegado al camino que iba de la Puerta al río; de
      allí había marchado a la ciudad, distante ahora menos de una milla. Moderando
      el galope del caballo, buscó nuevos enemigos, y los caballeros de la escolta lo
      rodearon, y entre ellos estaba Dernhelm. Un poco más adelante, en las cercanías
      de los muros, los hombres de Elfhelm luchaban entre las máquinas de asedio,
      matando  enemigos,  traspasándolos  con  las  lanzas,  empujándolos  hacia  las
      trincheras de fuego. Casi toda la mitad norte de Pelennor estaba ocupada por los
      Rohirrim, y los campamentos ardían, y los orcos huían en dirección al río como
      manadas  de  animales  salvajes  perseguidas  por  cazadores;  y  los  hombres  de
      Rohan galopaban libremente, a lo largo y a lo ancho de los campos. Sin embargo,
      no habían desbaratado aún el asedio, ni reconquistado la Puerta. Los enemigos
      que la custodiaban eran numerosos, y la otra mitad de la llanura estaba ocupada
      por  ejércitos  todavía  intactos.  Al  sur,  del  otro  lado  del  camino,  aguardaba  la
      fuerza  principal  de  los  Haradrim,  y  la  caballería  estaba  reunida  en  torno  del
      estandarte  del  Capitán.  Y  el  Capitán  miró  el  horizonte  a  la  creciente  luz  de  la
      mañana y vio muy adelante y en pleno campo de batalla la bandera del rey, con
      unos  pocos  hombres  alrededor.  Poseído  por  una  furia  roja,  lanzó  un  grito  de
      guerra y desplegó el estandarte —una serpiente negra sobre fondo escarlata— y
      se precipitó con una gran horda sobre el corcel blanco en campo verde, y las
      cimitarras desnudas de los hombres del Sur centellearon como estrellas.
        Sólo entonces reparó Théoden en la presencia del Capitán Negro; sin esperar
      el  ataque,  azuzó  con  un  grito  a  Crinblanca  y  salió  al  paso  de  su  adversario.
      Terrible fue el fragor de aquel encuentro. Pero la furia blanca de los Hombres
      del Norte era la más ardiente, y sus caballeros más hábiles con las largas lanzas,
      y despiadados. Como el fuego del rayo en un bosque, irrumpieron entre las filas
      de  los  Sureños  abriendo  grandes  brechas.  En  medio  de  la  refriega  luchaba
      Théoden hijo de Thengel, y la lanza se le rompió en mil pedazos cuando abatió al
      capitán  enemigo.  Atravesó  con  la  espada  desnuda  el  estandarte,  golpeando  al
      mismo tiempo asta y jinete, y la serpiente negra se derrumbó. Entonces todos los
      sobrevivientes de la caballería enemiga dieron media vuelta y huyeron lejos.
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