Page 940 - El Señor de los Anillos
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del cuerpo del soberano; de cuya muerte era sin embargo la causa.
        Merry  se  inclinó,  y  en  el  momento  en  que  tomaba  la  mano  del  rey  para
      besársela, Théoden abrió los ojos, que aún estaban límpidos, y habló con una voz
      fatigada pero serena.
        —¡Adiós, señor Holbytla! —dijo. Tengo el cuerpo deshecho. Voy a reunirme
      con  mis  padres.  Pero  ahora  ni  aun  en  esa  soberbia  compañía  me  sentiré
      avergonzado. ¡Abatí a la serpiente negra! ¡Un amanecer siniestro, un día feliz, y
      un crepúsculo de oro!
        Merry no podía decir una palabra y no dejaba de llorar.
        —Perdonadme, señor —logró decir al fin—, por haber desobedecido vuestra
      orden,  y  por  no  haberos  prestado  otro  servicio  que  llorar  en  la  hora  de  la
      despedida.
        El viejo rey sonrió:
        —No  te  preocupes.  Ya  has  sido  perdonado.  Que  el  magnánimo  hable  en
      nosotros. Vive ahora años de bendiciones; y cuando te sientes en paz a fumar tu
      pipa  ¡acuérdate  de  mí!  Porque  ya  nunca  más  podré  cumplir  la  promesa  de
      sentarme contigo en Meduseld, ni de aprender de ti los secretos de la hierba. —
      Cerró los ojos, y Merry se inclinó de nuevo, pero él pronto volvió a hablar—.
      ¿Dónde está Eomer? Se me enturbia la vista y me gustaría verlo antes de irme. El
      será  el  próximo  rey.  Y  también  quisiera  enviarle  un  mensaje  a  Eowyn.  No
      quería separarse de mí, y ahora nunca la volveré a ver, a Eowyn, más cara para
      mí que una hija.
        —Señor, Señor —empezó a decir Merry con voz entrecortada—, está…
        Pero en ese mismo instante hubo un gran clamor, y resonaron los cuernos y
      las trompetas. Merry levantó la cabeza y miró en derredor; se había olvidado de
      la guerra, y del resto del mundo; tenía la impresión de que habían pasado muchas
      horas desde que el rey cabalgara al encuentro de la muerte, cuando en realidad
      todo había ocurrido pocos minutos antes. Pero en ese momento cayó en la cuenta
      de que corrían el riesgo de quedar atrapados en medio de la gran batalla que no
      tardaría en comenzar.
        Nuevas huestes enemigas llegaban, presurosas; y desde los muros avanzaban
      los  ejércitos  de  Morgul;  y  más  al  sur  desde  los  campos,  la  infantería  de  los
      Harad,  precedida  por  la  caballería  y  seguida  por  los  nûmakil  de  lomos
      gigantescos que transportaban torres de guerra. Pero, en el norte, una vez más
      reunida  y  reorganizada  por  Eomer,  detrás  del  penacho  blanco  de  su  cimera,
      avanzaba la gran vanguardia de los Rohirrim; y desde la ciudad descendían todos
      los  hombres  que  habían  quedado  dentro;  llevaban  el  cisne  de  plata  de  Dol
      Amroth, y dispersaron a los enemigos que custodiaban la Puerta.
      Un  pensamiento  cruzó  un  instante  por  la  mente  de  Merry:  « ¿Dónde  anda
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