Page 945 - El Señor de los Anillos
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de los hombres de Gondor. Imrahil, Príncipe de Dol Amroth, se adelantó hasta
ellos y se detuvo.
—¿Qué es esa carga que lleváis, Hombres de Rohan? —gritó.
—Théoden Rey —le respondieron—. Ha muerto. Pero ahora Eomer Rey
galopa en la batalla: el de la crin blanca al viento.
El príncipe se apeó del caballo, y arrodillándose junto a las parihuelas
improvisadas, rindió homenaje al rey y a su heroísmo; y lloró. Y al levantarse,
vio de pronto a Eowyn, y la miró estupefacto.
—¿No es una mujer? —exclamó—. ¿Acaso las mujeres de los Rohirrim han
venido también a la guerra, a prestarnos ayuda?
—¡Nada de eso! —le respondieron—. Sólo una ha venido. Es la Dama
Eowyn, hermana de Eomer; y hasta este momento ignorábamos que estuviese
aquí, y lo deploramos amargamente. Entonces el príncipe, al verla tan hermosa,
pese a la palidez del rostro frío, le tomó la mano y se inclinó para mirarla más de
cerca.
—¡Hombres de Rohan! —gritó—. ¿No hay un médico entre vosotros? Está
herida, tal vez de muerte, pero creo que todavía vive. —Le acercó a los labios
fríos el brazal brillante y pulido de la armadura, y he aquí que una niebla tenue y
apenas visible empañó la superficie bruñida.
—Ahora —dijo— tenemos que darnos prisa —y ordenó a uno de los hombres
que corriera a la ciudad en busca de socorro. Pero él mismo se despidió de los
caídos con una reverencia, y volviendo a montar partió al galope hacia el camino
de batalla.
La furia del combate arreciaba en los campos del Pelennor; el fragor de las
armas crecía con los gritos de los hombres y los relinchos de los caballos.
Resonaban los cuernos, vibraban las trompetas, y los nûmakil mugían con
estrépito empujados a la batalla. Al pie de los muros del sur, la infantería de
Gondor atacaba a las legiones de Morgul que aún seguían apiñadas allí. Pero la
caballería galopaba hacia el este en auxilio de Eomer: Húrin el Alto, Guardián de
las Llaves, y el Señor de Lossarnach, e Hirluin de las Colinas Verdes, y el
Príncipe Imrahil el Hermoso rodeado por todos sus caballeros.
En verdad, esta ayuda no les llegaba a los Rohirrim antes de tiempo: la
fortuna le había dado la espalda a Eomer; su propia furia lo había traicionado. La
violencia de la primera acometida había devastado el frente enemigo y los
Jinetes de Rohan habían irrumpido en las filas de los Hombres del Sur,
dispersando a la caballería y aplastando a la infantería. Pero en presencia de los
nûmakil los caballos se plantaban negándose a avanzar; nadie atacaba a los
grandes monstruos, erguidos como torres de defensa, y en torno se atrincheraban
los Haradrim. Y si al comienzo del ataque la fuerza de los Rohirrim era tres