Page 931 - El Señor de los Anillos
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hay muchos y muy atareados. Los muros ya no resisten: los gorgûn los derriban
      con  trueno  de  tierra  y  mazas  de  hierro  negro.  Son  imprudentes  y  no  miran
      alrededor. Creen que sus amigos vigilan todos los caminos. —Y al decir esto soltó
      un extraño gorgoteo, que bien podía parecer una carcajada.
        —¡Buenas  noticias!  —exclamó  Eomer—.  Aun  en  esta  oscuridad  brilla  de
      nuevo una luz de esperanza. Más de una vez los artilugios del enemigo nos han
      favorecido. La maldita oscuridad puede ser para nosotros un manto protector. Y
      ahora,  encarnizados  como  están  en  la  destrucción  de  Gondor,  decididos  a  no
      dejar piedra sobre piedra, los orcos me han librado del mayor de mis temores. El
      muro exterior habría resistido largo tiempo a nuestros embates. Ahora podremos
      atravesarlo como un trueno… si llegamos a él.
        —Gracias otra vez, Ghân-buri-Ghân del bosque —dijo Théoden—. ¡Que la
      fortuna te sea propicia en recompensa por las noticias y la ayuda que nos has
      traído!
        —¡Matad gorgûn! ¡Matad orcos! Los Hombres Salvajes no conocen palabras
      más placenteras —le respondió Ghân—. ¡Ahuyentad el aire malo y la oscuridad
      con el hierro brillante!
        —Para  eso  hemos  venido  desde  muy  lejos  —dijo  el  rey—,  y  lo
      intentaremos. Pero lo que consigamos, sólo mañana se verá.
        Ghân-buri-Ghân  se  inclinó  hasta  tocar  el  suelo  con  la  frente  en  señal  de
      despedida. Luego se levantó como si se dispusiera a marcharse. Pero de pronto
      se quedó quieto con la cabeza levantada, como un animal del bosque que husmea
      un olor extraño. Un resplandor le iluminó los ojos.
        —¡El  viento  está  cambiando!  —gritó,  y  con  estas  palabras,  como  en  un
      parpadeo, él y sus compañeros desaparecieron en las tinieblas, y los hombres de
      Rohan no los volvieron a ver nunca más. Poco después se oyó otra vez en el este
      lejano el batir apagado de los tambores. Pero en todo el ejército de los Rohirrim
      nadie temió un instante que los Hombres Salvajes pudieran cometer una traición,
      por más que pareciesen extraños y poco atractivos.
        —Ya no tenemos necesidad de guías —dijo Elfhelm—. Hay entre nosotros
      jinetes que han cabalgado hasta Mundburgo en tiempos de paz. Empezando por
      mí. Cuando lleguemos al camino, doblará hacia el sur, y desde allí hasta el muro
      de los confines de los burgos, habrá otras siete leguas. La hierba abunda a los
      lados de casi todo el camino. En ese tramo los mensajeros de Gondor corrían
      más que nunca. Podremos cabalgar rápidamente y sin hacer mucho ruido.
        —Pues como nos espera una lucha cruenta y necesitaremos de todas nuestras
      fuerzas  —dijo  Eomer—,  yo  propondría  que  ahora  descansáramos,  y  que
      partiéramos por la noche; de ese modo podríamos llegar a los campos cuando
      haya tanta luz como pueda haberla, o cuando nuestro señor nos dé la señal.
        El rey estuvo de acuerdo y los capitanes se retiraron. Pero Elfhelm volvió
      poco después.
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