Page 927 - El Señor de los Anillos
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voces muy quedas, y vio luces que pasaban entre los árboles, el resplandor
mortecino de unas linternas veladas. Algunos hombres empezaron a moverse a
tientas en la oscuridad.
Una figura alta irrumpió de pronto entre las sombras, y al tropezar con el
cuerpo de Merry maldijo las raíces de los árboles. Merry reconoció la voz de
Elfhelm, el mariscal.
—No soy la raíz de ningún árbol, señor —dijo—, ni tampoco un saco de
equipaje, sino un hobbit maltrecho. Y lo menos que podéis hacer a modo de
reparación es decirme qué hay de nuevo bajo el sol.
—No mucho que uno pueda ver en esta condenada oscuridad —respondió
Elfhelm—. Pero mi señor manda decir que estemos prontos: es posible que
llegue de improviso una orden urgente.
—¿Quiere decir entonces que el enemigo se acerca? —preguntó Merry con
inquietud—. ¿Son sus tambores los que se oyen? Casi empezaba a pensar que era
pura imaginación de mi parte, ya que nadie parecía hacerles caso.
—No, no —dijo Elfhelm—, el enemigo está en el camino, no aquí en las
colinas. Estás oyendo a los Hombres Salvajes de los Bosques: así se comunican
entre ellos a distancia. Vestigios de un tiempo ya remoto, viven secretamente, en
grupos pequeños, y son cautos e indómitos como bestias. Se dice que aún hay
algunos escondidos en el Bosque de Druadan. No combaten a Gondor ni a la
Marca; pero ahora la oscuridad y la presencia de los orcos los han inquietado, y
temen la vuelta de los Años Oscuros, cosa bastante probable. Agradezcamos que
no nos persigan, pues se dice que tienen flechas envenenadas, y nadie conoce tan
bien como ellos los secretos de los bosques. Pero le han ofrecido sus servicios a
Théoden. En este mismo momento uno de sus jefes es conducido hasta el rey.
Allá, donde se ven las luces. Esto es todo lo que he oído decir. Y ahora tengo que
cumplir las órdenes de mi amo. ¡Levántate, Señor Equipaje! —Y se desvaneció
en la oscuridad.
Esa historia de hombres salvajes y flechas envenenadas no tranquilizó a
Merry, pero además el peso del miedo lo abrumaba. La espera se le hacía
insoportable. Quería saber qué iba a pasar. Se levantó, y un momento después
caminaba con cautela en persecución de la última linterna antes que
desapareciera entre los árboles.
No tardó en llegar a un claro donde habían levantado una pequeña tienda para el
rey, al reparo de un árbol grande. Un gran farol, velado en la parte superior,
colgaba de una rama y arrojaba abajo un círculo de luz pálida. Allí estaban
Théoden y Eomer, y sentado en cuclillas ante ellos, un extraño ejemplar de
hombre, apeñuscado como una piedra vieja, la barba rala como manojos de
musgo seco en el mentón protuberante. De piernas cortas y brazos gordos,
membrudo y achaparrado, llevaba como única prenda unas hierbas atadas a la