Page 926 - El Señor de los Anillos
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                   La Cabalgata de los Rohirrim
      E staba oscuro y Merry, acostado en el suelo y envuelto en una manta, no veía
      nada; sin embargo, aunque era una noche serena y sin viento, alrededor de él los
      árboles suspiraban invisibles. Levantó la cabeza. Entonces lo volvió a escuchar:
      un rumor semejante al redoble apagado de unos tambores en las colinas boscosas
      y en las estribaciones de las montañas. El tamborileo cesaba de golpe para luego
      recomenzar en algún otro punto, a veces más cercano, a veces más distante. Se
      preguntó si lo habrían oído los centinelas.
        No  los  veía,  pero  sabía  que  allí,  muy  cerca,  alrededor  de  él  estaban  las
      compañías de los Rohirrim. Le llegaba en la oscuridad el olor de los caballos, los
      oía  moverse,  y  escuchaba  el  ruido  amortiguado  de  los  cascos  contra  el  suelo
      cubierto  de  agujas  de  pino.  El  ejército  acampaba  esa  noche  en  los  frondosos
      pinares de las laderas de Eilenach, que se erguía por encima de las largas lomas
      del Bosque de Druadan al borde del gran camino en el Anórien oriental.
        Cansado  como  estaba,  Merry  no  conseguía  dormir.  Había  cabalgado  sin
      pausa  durante  cuatro  días,  y  la  oscuridad  siempre  creciente  empezaba  a
      oprimirle el corazón. Se preguntaba por qué había insistido tanto en venir, cuando
      le  habían  ofrecido  todas  las  excusas  posibles,  hasta  una  orden  terminante  del
      Señor,  para  no  acompañarlos.  Se  preguntaba  además  si  el  viejo  rey  estaría
      enterado  de  su  desobediencia,  y  si  se  habría  enfadado.  Tal  vez  no.  Tenía  la
      impresión  de  que  había  una  cierta  connivencia  entre  Dernhelm  y  Elfhelm,  el
      mariscal  que  capitaneaba  el  éored  en  que  cabalgaban  ahora.  Elfhelm  y  sus
      hombres parecían ignorar la presencia del hobbit, y fingían no oírlo cada vez que
      hablaba. Bien hubiera podido ser un bulto más del equipaje de Dernhelm. Pero
      Dernhelm mismo no era un compañero de viaje reconfortante: jamás hablaba
      con  nadie  y  Merry  se  sentía  solo,  insignificante  y  superfluo.  Eran  horas  de
      apremio y ansiedad, y el ejército estaba en peligro. Se encontraban a menos de
      un día de cabalgata de los burgos amurallados de Minas Tirith, y antes de seguir
      avanzando  habían  enviado  batidores  en  busca  de  noticias.  Algunos  no  habían
      vuelto.  Otros  regresaron  a  galope  tendido,  anunciando  que  el  camino  estaba
      bloqueado.  Un  ejército  del  enemigo  había  acampado  a  tres  millas  al  oeste  de
      Amon Dîn, y las fuerzas que ya avanzaban por la carretera estaban a no más de
      tres leguas de distancia. Patrullas de orcos recorrían las colinas y los bosques de
      alrededor. En el vivac de la noche el rey y Eomer celebraron consejo.
        Merry tenía ganas de hablar con alguien, y pensó en Pippin. Pero esto lo puso
      más intranquilo aún. Pobre Pippin, encerrado en la gran ciudad de piedra, solo y
      asustado. Merry deseó ser un jinete alto como Eomer: entonces haría sonar un
      cuerno,  o  algo,  y  partiría  al  galope  a  rescatar  a  su  compañero.  Se  sentó,  y
      escuchó los tambores que volvían a redoblar, ahora cercanos. Por fin oyó voces,
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