Page 921 - El Señor de los Anillos
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rápidamente por el sendero tortuoso, y pasó delante del portero desconcertado, y
      salió por la puerta, y siguió, hasta que llegó cerca de la puerta de la ciudadela.
        El centinela lo llamó cuando pasaba, y Pippin reconoció la voz de Beregond.
        —¿A dónde vas con tanta prisa, maese Peregrin?
        —En busca de Mithrandir —respondió Pippin.
        —Las misiones del Señor Denethor son urgentes, y no me corresponde a mí
      retardarlas  —dijo  Beregond—;  pero  dime  en  seguida,  si  puedes:  ¿qué  está
      pasando? ¿A dónde ha ido mi Señor? Acabo de tomar servicio, pero me han dicho
      que lo vieron ir hacia la Puerta Cerrada, y que unos hombres marchaban delante
      llevando a Faramir.
        —Sí —dijo Pippin—, a la Calle del Silencio.
        Beregond inclinó la cabeza sobre el pecho para esconder las lágrimas.
        —Decían que estaba moribundo —suspiró—, y que ahora está muerto.
        —No  —dijo  Pippin—,  aún  no.  Y  creo  que  todavía  es  posible  evitar  que
      muera.  Pero  el  Señor  Denethor  ha  sucumbido  antes  que  tomaran  la  ciudad,
      Beregond. Desvaría, y es peligroso. —Habló brevemente de las palabras y las
      actitudes extrañas de Denethor—. Necesito encontrar a Gandalf cuanto antes.
        —En ese caso, tendrás que bajar hasta la batalla.
        —Lo sé. El Señor me ha dado licencia. Pero, Beregond: si puedes, haz algo
      para impedir que ocurran cosas terribles.
        —El  Señor  no  permite  que  quienes  llevan  la  insignia  de  negro  y  plata
      abandonen su puesto por ningún motivo, a menos que él mismo lo ordene.
        —Pues bien, se trata de elegir entre las órdenes y la vida de Faramir —dijo
      Pippin—. Y en cuanto a órdenes, creo que estás tratando con un loco, no con un
      señor. Tengo prisa. Volveré, si puedo.
        Partió a todo correr, bajando siempre, hacia la parte externa de la ciudad. Se
      cruzaba  en  el  camino  con  hombres  que  huían  del  incendio,  y  algunos,  al
      reconocer la librea del hobbit, volvían la cabeza y gritaban. Pero Pippin no les
      prestaba  atención.  Por  fin  llegó  a  la  Segunda  Puerta;  del  otro  lado  las  llamas
      saltaban  cada  vez  más  alto  entre  los  muros.  Sin  embargo,  todo  parecía
      extrañamente silencioso. No se oía ningún ruido, ni gritos de guerra ni fragor de
      armas. De pronto Pippin escuchó un grito aterrador, seguido por un golpe violento
      y  un  ruido  como  de  trueno  profundo  y  prolongado.  Obligándose  a  avanzar  no
      obstante el acceso de miedo y horror que por poco lo hizo caer de rodillas, Pippin
      volvió el último recodo y desembocó en la plaza detrás de la Puerta de la Ciudad.
      Y allí se detuvo, como fulminado por el rayo. Había encontrado a Gandalf; pero
      retrocedió precipitadamente y se agazapó ocultándose en la sombra.
      Desde que comenzara en mitad de la noche, la gran acometida había proseguido
      sin interrupción. Los tambores retumbaban. Una tras otra, en el norte y en el sur,
      nuevas compañías enemigas asaltaban los muros. Unas bestias enormes, que a la
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