Page 919 - El Señor de los Anillos
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vuelta y huyeron.
        Entonces Denethor se levantó y soltó la mano afiebrada de Faramir, que tenía
      entre las suyas.
        —¡El  ya  está  ardiendo,  ardiendo!  —dijo  con  tristeza—.  La  morada  de  su
      espíritu se derrumba. —Y luego, acercándose a Pippin con pasos silenciosos, lo
      miró largamente.
        —¡Adiós!  —dijo—.  ¡Adiós,  Peregrin  hijo  de  Paladin!  Breve  ha  sido  tu
      servicio,  y  terminará  pronto.  Te  libero  de  lo  poco  que  queda.  Vete  ahora,  y
      muere en la forma que te parezca más digna. Y con quien tú quieras, hasta con
      ese  amigo  loco  que  te  ha  arrastrado  a  la  muerte.  Llama  a  mis  servidores,  y
      márchate. ¡Adiós!
        —No  os  diré  adiós,  mi  Señor  —dijo  Pippin  hincando  la  rodilla.  Y  de
      improviso, reaccionando otra vez como el hobbit que era, se levantó rápidamente
      y miró al anciano en los ojos—. Acepto vuestra licencia, Señor —dijo—, porque
      en verdad quisiera ver a Gandalf. Pero no es un loco; y hasta que él no desespere
      de  la  vida,  yo  no  pensaré  en  la  muerte.  Mas  de  mi  juramento  y  de  vuestro
      servicio no deseo ser liberado mientras vos sigáis con vida. Y si finalmente entran
      en la ciudadela, espero estar aquí, junto a vos, y merecer quizá las armas que me
      habéis dado.
        —Haz lo que mejor te parezca, señor Mediano —dijo Denethor—. Pero mi
      vida  está  destrozada.  Haz  venir  a  mis  servidores.  —Y  se  volvió  de  nuevo  a
      Faramir.
      Pippin  salió  y  llamó  a  los  servidores:  seis  hombres  de  la  Casa,  fuertes  y
      hermosos; sin embargo temblaron al ser convocados. Pero Denethor les rogó con
      voz  serena  que  pusieran  mantas  tibias  sobre  el  lecho  de  Faramir,  y  que  lo
      levantasen.  Los  hombres  obedecieron,  y  alzando  el  lecho  lo  sacaron  de  la
      cámara.  Avanzaban  lentamente,  para  perturbar  lo  menos  posible  al  herido,  y
      Denethor los seguía, encorvado ahora sobre un bastón; y tras él iba Pippin.
        Salieron de la Torre Blanca como si fueran a un funeral, y penetraron en la
      oscuridad; un resplandor mortecino iluminaba desde abajo el espeso palio de las
      nubes. Atravesaron lentamente el patio amplio, y a una palabra de Denethor se
      detuvieron junto al Árbol Marchito.
        Excepto los rumores lejanos de la guerra allá abajo en la ciudad, todo era
      silencio, y oyeron el triste golpeteo del agua que caía gota a gota de las ramas
      muertas al estanque sombrío. Luego marcharon otra vez y traspusieron la puerta
      de la ciudadela, ante la mirada estupefacta y anonadada del guardia. Y doblando
      hacia el oeste llegaron por fin a una puerta en el muro trasero del círculo sexto.
      Fen Hollen la llamaban, porque siempre estaba cerrada excepto en tiempos de
      funerales,  y  sólo  el  Señor  de  la  Ciudad  podía  utilizarla,  o  quienes  llevaban  la
      insignia de las tumbas y cuidaban las moradas de los muertos. Del otro lado de la
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