Page 914 - El Señor de los Anillos
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hombres  abatidos,  y  las  antorchas,  abandonadas  en  el  suelo,  crepitaban  y  se
      extinguían en acres humaredas. Y la caballería continuó avanzando.
        Sin embargo Denethor no les permitió ir muy lejos. Aunque habían jaqueado
      al enemigo, por el momento obligándolo a replegarse, un torrente de refuerzos
      avanzaba ya desde el este. La trompeta sonó otra vez: la señal de la retirada. La
      caballería de Gondor se detuvo, y detrás las compañías de campaña volvieron a
      formarse. Pronto regresaron marchando. Y entraron en la ciudad; pisando con
      orgullo; y con orgullo los contemplaba la gente y los saludaba dando gritos de
      alabanza,  aunque  todos  estaban  acongojados.  Pues  las  compañías  habían  sido
      diezmadas.  Faramir  había  perdido  un  tercio  de  sus  hombres.  ¿Y  dónde  estaba
      Faramir?
        Fue  el  último  en  llegar.  Ya  todos  sus  hombres  habían  entrado.  Ahora
      regresaban los caballeros del cisne, seguidos por el estandarte de Dol Amroth, y
      el príncipe. Y en los brazos del príncipe, sobre la cruz del caballo, el cuerpo de un
      pariente, Faramir hijo de Denethor, recogido en el campo de batalla.
        —¡Faramir! ¡Faramir! —gritaban los hombres, y lloraban por las calles. Pero
      Faramir  no  les  respondía,  y  a  lo  largo  del  camino  sinuoso,  lo  llevaron  a  la
      ciudadela, a su padre. En el momento mismo en que los Nazgûl huían del ataque
      del Caballero Blanco, un dardo mortífero había alcanzado a Faramir, que tenía
      acorralado a un jinete, uno de los campeones de Harad. Faramir se había caído
      del  caballo.  Sólo  la  carga  de  Dol  Amroth  había  conseguido  salvarlo  de  las
      espadas rojas de las tierras del Sur, que sin duda lo habrían atravesado mientras
      yacía en el suelo.
      El príncipe Imrahil llevó a Faramir a la Torre Blanca, y dijo:
        —Tu hijo ha regresado, señor, después de grandes hazañas —y narró todo
      cuanto había visto. Pero Denethor se puso de pie y miró el rostro de Faramir y no
      dijo nada. Luego ordenó que preparasen un lecho en la estancia, y que acostaran
      en él a Faramir, y que se retirasen. Pero él subió a solas a la cámara secreta bajo
      la cúpula de la Torre; y muchos de los que en ese momento alzaron la mirada,
      vieron  brillar  una  luz  pálida  que  vaciló  un  instante  detrás  de  las  ventanas
      estrechas, y luego llameó y se apagó. Y cuando Denethor volvió a bajar, fue a la
      habitación donde había dejado a Faramir, y se sentó a su lado en silencio, pero la
      cara del Señor estaba gris, y parecía más muerta que la de su hijo.
      Y ahora al fin la ciudad estaba sitiada, cercada por un anillo de adversarios. El
      Rammas estaba destruido, y todo el Pelennor en poder del enemigo. Las últimas
      noticias del otro lado de las murallas las habían traído unos hombres que llegaron
      corriendo por el camino del norte, antes del cierre de la Puerta. Eran los últimos
      que  quedaban  de  la  Guardia  del  camino  de  Anórien  y  de  Rohan  en  las  zonas
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