Page 911 - El Señor de los Anillos
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centinelas gritaron con voz fuerte, y todos los hombres de la ciudad se pusieron
      en pie de combate. De tanto en tanto se veía ahora un relámpago rojo, y unos
      fragores sordos atravesaban lentamente el aire inmóvil y pesado.
        —¡Han tomado el muro! —gritaron los hombres—. Están abriendo brechas.
      ¡Ya vienen!
        —¿Dónde está Faramir? —gritó Beregond, aterrorizado—. ¡No me digáis que
      ha caído!
        Fue Gandalf quien trajo las primeras noticias. Llegó a media mañana con un
      puñado de jinetes, escoltando una fila de carretas. Estaban cargadas de heridos,
      todos  aquellos  que  habían  podido  salvar  del  desastre  de  los  Fuertes  de  la
      Explanada.  En  seguida  se  presentó  ante  Denethor.  El  Señor  de  la  Ciudad  se
      encontraba  ahora  en  una  cámara  alta  sobre  el  Salón  de  la  Torre  Blanca  con
      Pippin a su lado; y se asomaba a las ventanas oscuras abiertas al norte, al sur y al
      este, como si quisiera hundir los ojos negros en las sombras del destino que ahora
      lo  cercaban.  Miraba  sobre  todo  hacia  el  norte,  y  por  momentos  se  detenía  a
      escuchar, como si en virtud de alguna antigua magia alcanzase a oír el trueno de
      los cascos en las llanuras distantes.
        —¿Ha vuelto Faramir? —preguntó.
        —No —dijo Gandalf—. Pero estaba todavía con vida cuando lo dejé.
        Sin embargo parecía decidido a quedarse con la retaguardia, pues teme que
      un repliegue a través del Pelennor pueda terminar en una fuga precipitada. Tal
      vez consiga mantener unidos a sus hombres el tiempo suficiente, aunque lo dudo.
      El enemigo es demasiado poderoso. Pues ha venido uno que yo temía.
        —¿No… no el Señor Oscuro? —gritó Pippin aterrorizado, olvidando con quien
      estaba.
        Denethor rió amargamente.
        —No,  todavía  no.  ¡Maese  Peregrin!  No  vendrá  sino  a  triunfar  sobre  mí,
      cuando todo esté perdido. Él utiliza otras armas. Es lo que hacen todos los grandes
      señores, si son sabios, señor Mediano. ¿O por qué crees que permanezco aquí en
      mi torre, meditando, observando y esperando, y hasta sacrificando a mis hijos?
      Porque todavía soy capaz de esgrimir un arma.
        Se  levantó  y  se  abrió  bruscamente  el  largo  manto  negro,  y  he  aquí  que
      debajo llevaba una cota de malla y ceñía una espada larga de gran empuñadura
      en una vaina de plata y azabache.
        —Así he caminado y así duermo ahora, desde hace muchos años —dijo— a
      fin de que la edad no me ablande y me amilane el cuerpo.
        —Sin embargo ahora, el Señor de Barad-dûr, el más feroz de los capitanes
      enemigos,  se  ha  apoderado  ya  de  los  muros  exteriores  —dijo  Gandalf—.
      Soberano  de  Angmar  en  tiempos  pasados,  Hechicero,  Espectro,  Servidor  del
      Anillo, Señor de los Nazgûl, lanza de terror en la mano de Sauron, sombra de
      desesperación.
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