Page 910 - El Señor de los Anillos
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voluntarios que quisieron acompañarlo o de quienes se podía prescindir. Desde lo
      alto  de  los  muros  algunos  escudriñaban  a  través  de  la  oscuridad  la  ciudad  en
      ruinas, y se preguntaban qué estaría aconteciendo allí, pues nada era visible. Y
      otros, como siempre, oteaban el norte, y contaban las leguas que los separaban
      de Théoden en Rohan.
        —¿Vendrá? ¿Recordará nuestra antigua alianza? —decían.
        —Sí,  vendrá  —decía  Gandalf—,  aunque  llegue  demasiado  tarde.  ¡Pero
      reflexionad! En el mejor de los casos, la Flecha Roja no puede haberle llegado
      hace más de dos días, y las leguas son largas desde Edoras.
        Era  nuevamente  de  noche  cuando  recibieron  por  fin  otras  noticias.  Un
      hombre llegó al galope desde los vados, diciendo que un ejército había salido de
      Minas  Morgul  y  que  ya  se  acercaba  a  Osgiliath;  y  que  se  le  habían  unido
      regimientos del Sur, los Haradrim, altos y crueles.
        —Y nos hemos enterado —prosiguió el mensajero— de que el Capitán Negro
      conduce una vez más las tropas, y de que el terror se extiende delante de él, y
      que ya ha cruzado el río.
        Con estas palabras de mal augurio concluyó el tercer día desde la llegada de
      Pippin a Minas Tirith. Pocos se retiraron a descansar esa noche, pues ya nadie
      esperaba que ni siquiera Faramir pudiese defender por mucho tiempo los vados.
      Al  día  siguiente,  aunque  la  Sombra  había  dejado  de  crecer,  pesaba  aún  más
      sobre  los  corazones  de  los  hombres,  y  el  miedo  empezó  a  dominarlos.  No
      tardaron  en  llegar  otras  malas  noticias.  El  cruce  del  Anduin  estaba  ahora  en
      poder del enemigo. Faramir se batía en retirada hacia los muros del Pelennor,
      reuniendo a todos sus hombres en los Fuertes de la Explanada; pero el enemigo
      era diez veces superior en número.
        —Si acaso decide regresar a través del Pelennor, tendrá el enemigo pisándole
      los talones —dijo el mensajero—. Han pagado caro el paso del río, pero menos
      de lo que nosotros esperábamos. El plan estaba bien trazado. Ahora se ve que
      desde hace mucho tiempo estaban construyendo en secreto flotillas de balsas y
      lanchones  al  este  de  Osgiliath.  Atravesaron  el  río  como  un  enjambre  de
      escarabajos. Pero el que nos derrota es el Capitán Negro. Pocos se atreverán a
      soportar  y  afrontar  aun  el  mero  rumor  de  que  viene  hacia  aquí.  Sus  propios
      hombres tiemblan ante él, y se matarían si él así lo ordenase.
        —En  ese  caso,  allí  me  necesitan  más  que  aquí  —dijo  Gandalf;  e
      inmediatamente partió al galope, y el resplandor blanco pronto se perdió de vista.
      Y Pippin permaneció toda esa noche de pie sobre el muro, solo e insomne con la
      mirada fija en el Este.
        Apenas habían sonado las campanas anunciando el nuevo día, una burla en
      aquella  oscuridad  sin  tregua,  cuando  Pippin  vio  que  unas  llamas  brotaban  a  lo
      lejos, en los espacios indistintos en que se alzaban los muros del Pelennor. Los
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