Page 906 - El Señor de los Anillos
P. 906

El semblante de Denethor se contrajo en un rictus frío y duro.
        —Encontraste que Boromir era menos dúctil en tus manos, ¿no es verdad? —
      dijo con voz suave—. Pero yo que era su padre digo que me lo hubiera traído.
      Serás  sabio,  Mithrandir,  pero  pese  a  tus  sutilezas  no  eres  dueño  de  toda  la
      sabiduría.  No  siempre  los  consejos  han  de  encontrarse  en  los  artilugios  de  los
      magos  o  en  la  precipitación  de  los  locos.  En  esta  materia  mi  sabiduría  y  mi
      prudencia son más altas de lo que imaginas.
        —¿Y qué te dice la prudencia?
        —Lo  suficiente  como  para  saber  que  es  necesario  evitar  dos  locuras.
      Utilizarlo es peligroso. Y en un momento como éste, enviarlo al país mismo del
      enemigo en las manos de un mediano sin inteligencia, como lo has hecho tú, tú y
      este hijo mío, es un disparate.
        —¿Y qué habría hecho el Señor Denethor?
        —Ni una cosa ni la otra. Pero con toda seguridad y contra todo argumento, no
      lo habría entregado a los azares de la suerte, una esperanza que sólo cabe en la
      mente de un loco, y arriesgarnos así a una ruina total, si el enemigo lo recupera.
      No, hubiera sido necesario guardarlo, esconderlo: ocultarlo en un sitio secreto y
      oscuro. No hablo de utilizarlo, no, salvo en caso de extrema necesidad, pero sí
      ponerlo fuera de su alcance, a menos que sufriéramos una derrota tan definitiva
      que lo que pudiese acontecemos nos fuera indiferente, pues estaríamos muertos.
        —Como es tu costumbre, Monseñor, sólo piensas en Gondor —dijo Gandalf
      —. Sin embargo, hay otros hombres, y otras vidas y tiempos por venir. Y yo por
      mi parte, compadezco incluso a los esclavos del enemigo.
        —¿Y  dónde  buscarán  ayuda  los  otros  hombres,  si  Gondor  cae?  replicó
      Denethor. Si yo lo tuviese ahora aquí, guardado en las bóvedas profundas de esta
      ciudadela, no estaríamos temblando de terror bajo esta oscuridad, temiendo lo
      peor, y nada entorpecería nuestras decisiones. Si no me crees capaz de soportar
      la prueba, es porque aún no me conoces.
        —Sin embargo, no te creo capaz —dijo Gandalf—. Si hubiera confiado en ti,
      te lo hubiera enviado para que lo tuvieras aquí, bajo tu custodia, con lo que habría
      ahorrado  muchas  angustias,  a  mí  y  a  otros.  Y  ahora,  oyéndote  hablar,  confío
      menos aún, no más que en Boromir. ¡No, refrena tu ira! En este caso ni en mí
      mismo confío: me fue ofrecido como regalo y lo rechacé. Eres fuerte, Denethor,
      y capaz aún de dominarte en ciertas cosas; pero si lo hubieras recibido, te habría
      derrotado. Aunque  estuviese  enterrado  en  las raíces  mismas  del  Mindolluin,  te
      consumiría la mente a medida que vieras crecer la oscuridad, y las cosas peores
      aún que no tardarán en caer sobre nosotros.
        Los ojos de Denethor relampaguearon otra vez por un momento, y Pippin
      volvió a sentir la tensión entre las dos voluntades: pero ahora las miradas de los
      adversarios le parecían las hojas de dos espadas centelleantes batiéndose de ojo a
      ojo.  Pippin  se  estremeció,  temiendo  algún  golpe  terrible.  Pero  de  pronto
   901   902   903   904   905   906   907   908   909   910   911