Page 907 - El Señor de los Anillos
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Denethor recobró la calma. Se encogió de hombros.
        —¡Si yo hubiera! ¡Si yo hubiera! —exclamó—. Todas esas palabras, todos
      esos si son vanos. Ahora va camino de la Sombra, y sólo el tiempo dirá lo que el
      destino prepara, para el objeto, y para nosotros. En el plazo que aún queda, que
      no será largo, que todos los que luchan contra el enemigo cada uno a su manera
      se unan, y que conserven la esperanza mientras sea posible, y cuando ya no les
      quede ninguna, que tengan al menos la entereza necesaria para morir libres. —Se
      volvió a Faramir—. ¿Qué piensas de la guarnición de Osgiliath?
        —No es fuerte —respondió Faramir—. Como os he dicho, he enviado allí la
      compañía de Ithilien, para reforzarla.
        —No creo que baste —dijo Denethor. Allí es donde caerá el primer golpe. Lo
      que les hará falta es un capitán enérgico.
        —A  esa  guarnición  y  a  muchas  otras  —dijo  Faramir,  y  suspiró—.  ¡Ay,  si
      estuviera  con  vida  mi  pobre  hermano;  yo  también  lo  amaba!  —Se  levantó—.
      ¿Puedo retirarme, padre? Y al decir esto se tambaleó, y tuvo que apoyarse en el
      sillón de su padre.
        —Estás fatigado, ya lo veo —dijo Denethor—. Has cabalgado mucho y lejos,
      y bajo las sombras del mal en el aire, me han dicho.
        —¡No hablemos de eso! dijo Faramir.
        —No  hablaremos,  pues  —dijo  Denethor—.  Ahora  ve  y  descansa  como
      puedas. Las necesidades de mañana serán más duras.
      Todos se despidieron entonces del Señor de la Ciudad para retirarse a descansar
      mientras fuese posible. Fuera había una oscuridad negra y sin estrellas mientras
      Gandalf se alejaba en compañía de Pippin que llevaba una pequeña antorcha.
      Hasta  que  se  encontraron  a  puertas  cerradas  no  cambiaron  una  sola  palabra.
      Entonces Pippin tomó al fin la mano de Gandalf.
        —Dime —preguntó—, ¿queda todavía alguna esperanza? Para Frodo, quiero
      decir; o al menos sobre todo para Frodo. Gandalf posó la mano en la cabeza de
      Pippin.
        —Nunca hubo muchas esperanzas —respondió—. Nada más que esperanzas
      desatinadas,  me  dijeron.  Y  cuando  oí  el  nombre  de  Cirith  Ungol…  —Se
      interrumpió y a grandes pasos caminó hasta la ventana como si pudiese ver del
      otro lado de la noche, allá en el Este—. ¡Cirith Ungol! ¿Por qué ese camino, me
      pregunto? —Se volvió—. En ese instante, Pippin, al oír ese nombre, mi corazón
      estuvo a punto de desfallecer. Y a pesar de todo, Pippin, creo de verdad que en
      las  noticias  que  trajo  Faramir  hay  alguna  esperanza.  Pues  es  evidente  que  el
      enemigo se ha decidido al fin a declararnos la guerra, y que ha dado el primer
      paso  cuando  Frodo  aún  estaba  en  libertad.  De  manera  que  por  ahora,  durante
      muchos  días,  apuntará  la  mirada  aquí  y  allá,  siempre  fuera  de  su  propio
      territorio. Y sin embargo, Pippin, siento desde lejos la prisa y el miedo que lo
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