Page 908 - El Señor de los Anillos
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dominan.  Ha  empezado  mucho  antes  de  lo  previsto.  Algo  tiene  que  haberlo
      impulsado a actuar en seguida.
        Permaneció un momento pensativo.
        —Quizá —murmuró—. Quizá también tu insensatez ayudó de algún modo.
      Veamos: hace unos cinco días habrá descubierto que derrotamos a Saruman y
      que nos apoderamos de la Piedra. Sí, pero entonces ¿qué? No podíamos utilizarla
      para  un  fin  preciso,  ni  sin  que  él  lo  supiera.  ¡Ah!  Podría  ser.  ¿Aragorn?  Se  le
      acerca la hora. Y es fuerte, e inflexible por dentro, Pippin: temerario y resuelto,
      capaz de tomar por sí mismo decisiones heroicas y de correr grandes riesgos, si
      es necesario. Podría ser, sí. Quizás Aragorn haya utilizado la Piedra y se haya
      mostrado al enemigo desafiándolo justamente con este propósito. ¡Quién sabe!
      De  todos  modos  no  conoceremos  la  respuesta  hasta  que  lleguen  los  Jinetes  de
      Rohan,  siempre  y  cuando  no  lleguen  demasiado  tarde.  Nos  esperan  días
      infaustos. ¡A dormir, mientras sea posible!
        —Pero… —dijo Pippin.
        —¿Pero qué? —dijo Gandalf—. Esta noche te concedo un solo pero.
        —Gollum —dijo Pippin—. ¿Cómo se entiende que estuvieran viajando con él,
      y que hasta lo siguieran? Y me di cuenta de que a Faramir no le gustaba más que
      a ti el lugar a donde los conducía. ¿Qué pasa?
        —No puedo contestar a esa pregunta por el momento —dijo Gandalf—. Sin
      embargo, mi corazón presentía que Frodo y Gollum se encontrarían antes del fin.
      Para bien o para mal. Pero de Cirith Ungol no quiero hablar esta noche. Traición,
      una traición, es lo que temo: una traición de esa criatura miserable. Pero así tenía
      que  ser.  Recordemos  que  un  traidor  puede  traicionarse  a  sí  mismo  y  hacer
      involuntariamente un bien. Ocurre a veces. ¡Buenas noches!
      El día siguiente llegó con una mañana semejante a un crepúsculo pardo, y los
      corazones de los hombres, reconfortados por el regreso de Faramir, se hundieron
      otra vez en un profundo desaliento. Las Sombras aladas no volvieron a verse en
      todo el día, pero de vez en cuando, alto sobre la ciudad, se oía un grito lejano, que
      por  un  momento  paralizaba  de  terror  a  muchos  de  los  hombres;  y  los  más
      pusilánimes se estremecían y sollozaban.
        Y ahora Faramir había vuelto a ausentarse.
        —No le dan ningún sosiego —murmuraban algunos—. El Señor es demasiado
      duro con su hijo, y ahora tiene que cumplir los deberes de dos, los suyos propios
      y  los  del  hermano  que  no  volverá.  —Y  miraban  sin  cesar  hacia  el  norte  y
      preguntaban—: ¿Dónde están los Jinetes de Rohan?
        En verdad no era Faramir quien había decidido partir de nuevo. Pero el Señor
      de la Ciudad presidía el Consejo, y ese día no estaba de humor como para prestar
      oídos al parecer de otros. El Consejo había sido convocado a primera hora de la
      mañana, y todos los capitanes habían opinado que en vista del grave peligro que
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