Page 904 - El Señor de los Anillos
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—Pero ahora llegamos a la parte más extraña —dijo—. Porque éste no es el
      primer  mediano  que  veo  salir  de  las  leyendas  del  Norte  para  aparecer  en  las
      Tierras del Sur.
        Al oír esto Gandalf se irguió y se aferró a los brazos del sillón; pero no dijo
      nada, y con una mirada detuvo la exclamación que estaba a punto de brotar de
      los labios de Pippin. Denethor observó los rostros de todos y sacudió la cabeza,
      como indicando que ya había adivinado mucho, aun antes de escuchar el relato
      de Faramir. Lentamente, mientras los otros permanecían inmóviles y silenciosos,
      Faramir narró su historia, casi sin apartar los ojos de Gandalf, aunque de tanto en
      tanto miraba un instante a Pippin, como para refrescarse la memoria.
        Cuando  Faramir  llegó  a  la  parte  del  encuentro  con  Frodo  y  su  sirviente,  y
      hubo narrado los sucesos de Hennet Annûn, Pippin notó que un temblor agitaba
      las  manos  de  Gandalf,  aferradas  como  garras  a  la  madera  tallada.  Blancas
      parecían ahora, y muy viejas, y Pippin adivinó, con un sobresalto, que Gandalf,
      el gran Gandalf, estaba inquieto, y que tenía miedo. En la estancia cerrada el aire
      no se movía. Y cuando Faramir habló por fin de la despedida de los viajeros, y
      de la resolución de los hobbits de ir a Cirith Ungol, la voz le flaqueó, y movió la
      cabeza, y suspiró. Gandalf se levantó de un salto.
        —¿Cirith  Ungol,  dijiste?  ¿El  Valle  de  Morgul?  —preguntó—.  ¿En  qué
      momento,  Faramir,  en  qué  momento?  ¿Cuándo  te  separaste  de  ellos?  ¿Cuándo
      pensaban llegar a ese valle maldito?
        —Nos  separamos  hace  dos  días,  por  la  mañana  —dijo  Faramir—.  Hay
      quince leguas de allí al valle del Morgulduin, si siguieron en línea recta hacia el
      sur; y hayan ido, no pueden haber llegado antes de hoy, y es posible que aún
      estén en camino. En verdad, veo lo que temes. Pero la oscuridad no proviene de
      la aventura de tus amigos. Comenzó ayer al caer la tarde, y ya anoche todo el
      Ithilien  estaba  envuelto  en  sombras.  Es  evidente  para  mí  que  el  enemigo
      preparaba este ataque desde hace mucho tiempo, y que la hora ya había sido
      fijada antes del momento en que me separé de los viajeros, dejándolos sin mi
      custodia. Gandalf iba y venía con paso nervioso por la habitación.
        —¡Anteayer por la mañana, casi tres días de viaje! ¿A qué distancia queda el
      lugar en que os separasteis?
        —Unas veinticinco leguas a vuelo de pájaro —respondió Faramir—. Pero me
      fue imposible llegar antes. Anoche dormí en Cair Andros, la isla larga en el norte
      del río, donde mantenemos una guarnición, y caballos en nuestra orilla. Cuando
      vi cerrarse la oscuridad, comprendí que la premura era necesaria, y entonces
      partí con otros tres hombres que disponían de caballos. El resto de mi compañía
      lo  envié  al  sur,  a  reforzar  la  guarnición  de  los  vados  del  Osgiliath.  Espero  no
      haber actuado mal. —Miró a su padre.
        —¿Mal? gritó Denethor, y de pronto los ojos le relampaguearon. ¿Por qué lo
      preguntas? Los hombres estaban bajo tu mando. ¿O acaso me pides que juzgue
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