Page 899 - El Señor de los Anillos
P. 899

Rara vez nuestras canciones tratan de algo más terrible que el viento o la lluvia. Y
      la mayor  parte  de  mis  canciones hablan  de  cosas  que nos  hacen  reír:  o  de  la
      comida y la bebida, por supuesto.
        —¿Y  por  qué  esos  cantos  no  serían  apropiados  para  mis  salones,  o  para
      tiempos como éstos? Nosotros, que hemos vivido tantos años bajo la Sombra, ¿no
      tenemos acaso el derecho de escuchar los ecos de un pueblo que no ha conocido
      un castigo semejante? Quizá sintiéramos entonces que nuestra vigilia no ha sido
      en vano, aun cuando nadie la haya agradecido.
        A Pippin se le encogió el corazón. No le entusiasmaba la idea de tener que
      cantar ante el Señor de Minas Tirith las canciones de la Comarca, y menos aún
      las  cómicas  que  conocía  mejor;  y  además  eran…  bueno,  demasiado  rústicas
      para ese momento. No se le ordenó que cantase. Denethor se volvió a Gandalf
      haciéndole preguntas sobre los Rohirrim y la política del reino de Rohan, y sobre
      la  posición  de  Eomer,  el  sobrino  del  rey.  A  Pippin  le  maravilló  que  el  Señor
      pareciera saber tantas cosas acerca de un pueblo que vivía muy lejos, « aunque
      hacía muchos años sin duda»  pensó, « que Denethor no salía de las fronteras del
      reino» .
        Al cabo Denethor llamó a Pippin y le ordenó que se ausentase otra vez por
      algún tiempo.
        —Ve a la armería de la ciudadela —le dijo— y retira de allí la librea de la
      Torre y los avíos necesarios. Estarán listos. Fueron encargados ayer. ¡Vuelve en
      cuanto estés vestido!
        Todo sucedió como Denethor había dicho, y pronto Pippin se vio ataviado con
      extrañas vestimentas, de color negro y plata: un pequeño plaquín, de malla de
      acero  tal  vez,  pero  negro  como  el  azabache;  y  un  yelmo  de  alta  cimera,  con
      pequeñas alas de cuervo a cada lado y en el centro de la corona una estrella de
      plata. Sobre la cota de malla llevaba una sobreveste corta, también negra pero
      con la insignia del Árbol bordada en plata a la altura del pecho. Las ropas viejas
      de Pippin fueron dobladas y guardadas: le permitieron conservar la capa gris de
      Lorien, pero no usarla durante el servicio. Ahora sí que parecía, sin saberlo, la
      viva imagen del Ernil i Pheriannath, el Príncipe de los Medianos, como la gente
      había  dado  en  llamarlo;  pero  se  sentía  incómodo,  y  la  tiniebla  empezaba  a
      pesarle.
        Todo aquel día fue oscuro y tétrico. Desde el amanecer sin sol hasta la noche,
      la sombra había ido aumentando, y los corazones de la ciudad estaban oprimidos.
      Arriba,  a  lo  lejos,  una  gran  nube,  llevada  por  un  viento  de  guerra,  flotaba
      lentamente hacia el oeste desde la Tierra Tenebrosa, devorando la luz; pero abajo
      el  aire  estaba  inmóvil,  sin  un  soplo,  como  si  el  Valle  del  Anduin  esperase  el
      estallido de una tormenta devastadora.
      A eso  de  la  hora  undécima, liberado  al  fin  por un  rato  de  las  obligaciones  del
   894   895   896   897   898   899   900   901   902   903   904