Page 897 - El Señor de los Anillos
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caballo, debajo de mi capa hasta que estemos lejos, en campo abierto, y esta
oscuridad sea todavía más densa. Tanta buena voluntad no puede ser desoída. ¡No
digas nada a nadie, pero ven!
—¡Gracias, gracias de veras! —dijo Merry—. Os agradezco, señor, aunque
no sé vuestro nombre.
—¿No lo sabes? —dijo en voz baja el jinete—. Entonces llámame Dernhelm.
Así pues, cuando el rey partió, Meriadoc el hobbit iba sentado delante de
Dernhelm, y el gran corcel gris Hoja de Viento casi no sintió la carga, pues
Dernhelm, aunque ágil y vigoroso, pesaba menos que la mayoría de los
hombres.
Cabalgaron en una oscuridad cada vez más densa, y esa noche acamparon
entre los saucedales, en la confluencia del Nevado con el Entaguas, doce leguas
al este de Edoras. Y luego cabalgaron de nuevo a través del Folde; y a través de
la Frontera de los Pantanos, mientras a la derecha grandes bosques de robles
trepaban por las laderas de las colinas a la sombra del oscuro Halifirien, en los
confines de Gondor; pero a lo lejos, a la izquierda, una bruma espesa flotaba
sobre las ciénagas que alimentaban las bocas del Entaguas. Y mientras
cabalgaban, los rumores de la guerra en el Norte les salían al paso. Hombres
solitarios llegaban a la carrera, y anunciaban que los enemigos habían atacado
las fronteras orientales, y que ejércitos de orcos avanzaban por la Meseta de
Rohan.
—¡Adelante! ¡Adelante! —gritó Eomer—. Ya es demasiado tarde para
cambiar de rumbo. Los pantanos del Entaguas defenderán nuestros flancos. Lo
que ahora necesitamos es darnos prisa. ¡Adelante!
Y así el Rey Théoden dejó el reino, y el largo camino se alejó serpeando, y
las almenaras fueron quedando atrás: Calenhad, Min-Rimmon, Erelas y Nardol.
Pero los fuegos habían sido apagados. Todas las tierras estaban grises y
silenciosas; y la sombra crecía sin cesar ante ellos, y la esperanza se debilitaba
en todos los corazones.