Page 893 - El Señor de los Anillos
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« Todavía está demasiado oscuro» , pensó.
—¿Qué sucede? —preguntó.
—El rey lo llama.
—Pero si aún no ha salido el sol —dijo Merry.
—No, ni saldrá hoy, Señor Holbytla. Ni nunca más, se diría, de atrás de esa
nube. Pero aunque el sol esté perdido, el tiempo no se detiene. ¡Dese prisa!
Mientras se precipitaba a echarse encima algunas ropas, Merry miró fuera.
La tierra estaba en tinieblas. El aire mismo tenía un color pardo, y alrededor todo
era negro y gris y sin sombras; había una gran quietud. Los contornos de las
nubes eran invisibles, y sólo en lontananza, en el oeste, entre los dedos distantes
de la gran oscuridad que aún trepaba a tientas por la noche, se filtraban unos hilos
luminosos. Una techumbre informe, espesa y sombría ocultaba el cielo, y la luz
más parecía menguar que crecer.
Merry vio un gran número de hombres de pie, que observaban el cielo y
murmuraban; todos los rostros eran grises y tristes, y en algunos había miedo.
Con el corazón oprimido, se encaminó al pabellón del rey.
Hirgon, el jinete de Gondor, ya estaba allí, en compañía de otro hombre
parecido a él, y vestido de la misma manera, pero mucho más bajo y
corpulento. Cuando Merry entró, el hombre estaba hablando con Théoden.
—Viene de Mordor, Señor —decía—. Comenzó anoche hacia el crepúsculo.
Desde las colinas del Folde Este de vuestro reino vi cómo se levantaba e invadía
el cielo poco a poco, y durante toda la noche, mientras yo cabalgaba, venía atrás
devorando las estrellas. Ahora la nube se cierne sobre toda la región, desde aquí
hasta las Montañas de la Sombra; y se oscurece cada vez más. La guerra ha
comenzado.
Luego de un momento de silencio, el rey habló.
—De modo que ha llegado el fin —dijo—: la gran batalla de nuestro tiempo,
en la que tantas cosas habrán de perecer. Pero al menos ya no es necesario
seguir ocultándose. Cabalgaremos en línea recta, por el camino abierto, y con la
mayor rapidez posible. La revista comenzará en seguida, sin esperar a los
rezagados. ¿Tenéis en Minas Tirith provisiones suficientes? Porque si hemos de
partir ahora con la mayor celeridad, no podemos cargarnos en demasía, salvo los
víveres y el agua necesarios para llegar al lugar de la batalla.
—Tenemos abundantes reservas, que hemos ido acumulando —respondió
Hirgon—. ¡Partid ahora, tan ligeros y tan veloces como podáis!
—Entonces, Eomer, ve y llama a los heraldos —dijo Théoden—. ¡Que los
jinetes se preparen!
Eomer salió; pronto las trompetas resonaron en el Baluarte, y muchas otras
les respondieron desde abajo; pero las voces no eran vibrantes y límpidas como
las que oyera Merry la noche anterior; le parecieron sordas y destempladas en el