Page 891 - El Señor de los Anillos
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Boromir como un hermano, alto, arrogante y de ojos grises. Iba vestido a la
usanza de los caballeros con una capa de color verde oscuro sobre una fina cota
de malla; el yelmo que le cubría la cabeza tenía engastada en el frente una
pequeña estrella de plata. Llevaba en la mano una sola flecha, empenachada de
negro; la espiga era de acero, pero la punta estaba pintada de rojo.
Se hincó a media rodilla y le presentó la flecha a Théoden.
—¡Salve, Señor de los Rohirrim, amigo de Gondor! —dijo. Soy yo, Hirgon,
mensajero de Denethor, quien os trae este símbolo de guerra. Un grave peligro
se cierne sobre Gondor. Los Rohirrim nos han ayudado muchas veces, pero hoy
el Señor Denethor necesita de todas vuestras fuerzas y toda vuestra diligencia, si
es que se ha de evitar la pérdida de Gondor.
—¡La Flecha Roja! —dijo Théoden, sosteniendo la flecha en la mano, como
alguien que recibiera con temor un aviso largamente esperado. La mano le
temblaba—. ¡La Flecha Roja no se había visto en la Marca en todos mis años!
¿Es posible que las cosas hayan llegado a tal extremo? ¿Y en cuánto estima el
Señor Denethor lo que llama mis fuerzas y mi diligencia?
—Eso nadie lo sabe mejor que vos, Señor —dijo Hirgon—. Pero bien puede
ocurrir que antes de mucho Minas Tirith sea cercada, y a menos que vuestras
fuerzas os permitan desbaratar un sitio de varios ejércitos, el señor Denethor me
ha pedido que os diga que los valientes brazos de los Rohirrim estarán mejor
protegidos detrás de las murallas que fuera de ellas.
—Pero el Señor Denethor sabe que somos un pueblo más apto para combatir
a caballo y en campo abierto, y que vivimos dispersos y necesitamos cierto
tiempo para reunir a nuestros jinetes. ¿No es verdad, Hirgon, que el Señor de
Minas Tirith sabe más de lo que da a entender en su mensaje? Porque ya
estamos en guerra, como tú mismo has visto, y tu llegada nos encuentra en parte
preparados. Gandalf el Gris estuvo entre nosotros, y ahora mismo nos
acantonamos para combatir en el Este.
—Lo que el Señor Denethor puede conocer o adivinar de todas estas cosas, no
lo sé decir —respondió Hirgon—. Pero nuestra situación es realmente
desesperada. Mi señor no os envía ninguna orden, os pide solamente que
recordéis una antigua amistad y unos juramentos pronunciados hace mucho
tiempo; y que por vuestro propio bien hagáis todo cuanto esté a vuestro alcance.
Hemos sabido que muchos reyes han venido del Este al servicio de Mordor.
Desde el Norte hasta el campo de Dagorlad hay escaramuzas y rumores de
guerra. En el Sur, los Haradrim avanzan: en todas nuestras costas ha cundido el
miedo, de suerte que poca o ninguna ayuda contamos recibir de allí. ¡Daos prisa!
Es el destino de nuestro tiempo lo que se decidirá delante de los muros de Minas
Tirith, y si la marea no es contenida ahora inundará los campos fértiles de Rohan,
y entonces ni aun este refugio en las montañas será un abrigo para nadie.
—Son tristes noticias —dijo Théoden—, mas no del todo inesperadas. Dile a