Page 888 - El Señor de los Anillos
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vuestra llegada.
—Entonces Aragorn ha venido —dijo Eomer—. ¿Está todavía aquí?
—No, se ha marchado —dijo Eowyn desviando la mirada y contemplando
las montañas oscuras en el este y el sur.
—¿A dónde? —preguntó Eomer.
—No lo sé —respondió ella—. Llegó en la noche y ayer por la mañana
volvió a partir, antes que asomara el sol sobre las montañas. Se ha ido.
—Estás afligida, hija —dijo Théoden—. ¿Qué ha pasado? Dime, ¿habló de
ese camino? —Señaló a lo lejos las ensombrecidas hileras de piedras que
conducían al Monte Dwimor—. ¿Habló de los Senderos de los Muertos?
—Sí, Señor —dijo Eowyn—. Y desapareció en las sombras de donde nadie
ha vuelto. No pude disuadirlo. Se ha marchado.
—Entonces nuestros caminos se separan —dijo Eomer—. Está perdido.
Tendremos que partir sin él, y nuestra esperanza se debilita.
Lentamente y en silencio atravesaron el terreno de matorrales y pastos cortos
que los separaban del pabellón del rey. Merry comprobó que en verdad todo
estaba pronto, y que ni a él lo habían olvidado. Junto al pabellón del rey habían
levantado una pequeña tienda; allí el hobbit se sentó a solas observando las idas y
venidas constantes de los hombres que entraban a celebrar consejo con el rey.
Cayó la noche, y en el oeste las cumbres apenas visibles de las montañas se
nimbaron de estrellas, pero en el este el cielo estaba oscuro y vacío. Las hileras
de piedras desaparecieron lentamente; pero más allá, más negra que las tinieblas
se agazapaba la sombra amenazante del Dwimor.
—Los Senderos de los Muertos —murmuró Merry—. ¿Los Senderos de los
Muertos? ¿Qué ocurre? Ahora todos me han abandonado. Todos han partido a
algún destino último: Gandalf y Pippin a la guerra en el Este; y Sam y Frodo a
Mordor; y Trancos con Legolas y Gimli a los Senderos de los Muertos. Pero
pronto me llegará el turno a mí también, supongo. Me pregunto de qué estarán
hablando, y qué se propone hacer el rey. Porque ahora tendré que seguirlo a
donde vaya.
En medio de estos sombríos pensamientos recordó de pronto que tenía mucha
hambre, y se levantó para ir a ver si alguien más en ese extraño campamento
sentía lo mismo. Pero en ese preciso instante sonó una trompeta, y un hombre
vino a invitarlo, a él, Merry, escudero del rey, a sentarse a la mesa del rey.
En el fondo del pabellón había un espacio pequeño, aislado del resto por
colgaduras bordadas y recubierto de pieles; allí, alrededor de una pequeña mesa,
estaba sentado Théoden con Eomer y Eowyn, y Dúnhere, señor del Valle
Sagrado. Merry esperó de pie junto al asiento del rey, que parecía ensimismado;