Page 884 - El Señor de los Anillos
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había marchado a los tumbos, a través de gargantas y largos valles, y un sinfín de
      ríos y arroyos. A veces, cuando el camino era más ancho, cabalgó junto al rey,
      sin advertir que muchos de los jinetes sonreían al verlo: el hobbit en el poney
      peludo y gris, y el Señor de Rohan en el esbelto corcel blanco. En esos momentos
      había conversado con Théoden, hablándole de su tierra natal y de las costumbres
      y los acontecimientos de la Comarca, o escuchando a su vez las historias de la
      Marca y las hazañas de los grandes hombres de antaño. Pero la mayor parte del
      tiempo, sobre todo en este último día, Merry había cabalgado solo cerca del rey,
      sin  decir  nada,  y  esforzándose  por  entender  la  lengua  lenta  y  sonora  que
      hablaban los hombres detrás de él. Era una lengua que parecía contener muchas
      palabras que él conocía, aunque la pronunciación era más rica y enfática que en
      la Comarca, pero no conseguía poner en relación unas palabras con otras. De vez
      en cuando algún jinete entonaba con voz clara y vibrante un canto fervoroso, y a
      Merry se le encendía el corazón, aunque no entendía de qué se trataba.
        A pesar de todo se sentía muy solo, y nunca tanto como ahora, al final de la
      tarde.  Se  preguntaba  dónde,  en  qué  lugar  de  todo  ese  mundo  extraño,  estaba
      Pippin; y qué había sido de Aragorn y Legolas y Gimli. Y de pronto, como una
      punzada fría en el corazón, pensó en Frodo y en Sam. « ¡Me olvido de ellos!»  se
      reprochó. « Y son más importantes que todos nosotros. Vine para ayudarlos; pero
      ahora, si aún viven, han de estar a centenares de millas de aquí.»  Se estremeció.
      —¡El Valle Sagrado, por fin! exclamó Eomer. Ya estamos llegando. A la salida de
      la  garganta  los  senderos  descendían  en  una  pendiente  abrupta.  El  gran  valle,
      envuelto  allá  abajo  en  las  sombras  del  crepúsculo,  se  divisaba  apenas,  como
      contemplado  desde  una  ventana  alta.  Y  una  luz  pequeña  centelleaba  solitaria
      junto al río.
        —Quizás este viaje haya terminado —dijo Théoden—, pero a mí me queda
      por recorrer un largo camino. Anoche hubo luna llena, y mañana por la mañana
      he de estar en Edoras, para la revista de las tropas de la Marca.
        —Sin embargo, si queréis aceptar mi consejo —dijo en voz baja Eomer—,
      luego volveréis aquí, hasta que la guerra, perdida o ganada, haya concluido.
        Théoden sonrió.
        —No, hijo mío, que así quiero llamarte, ¡no les hables a mis viejos oídos con
      las  palabras  melosas  de  Lengua  de  Serpiente!  —Se  irguió,  y  volvió  la  cabeza
      hacia la larga columna de hombres que se perdía en la oscuridad. Parece que
      hubieran pasado largos años en estos días, desde que partí para el Oeste; pero ya
      nunca más volveré a apoyarme en un bastón. Si perdemos la guerra, ¿de qué
      podrá  servir  que  me  oculte  en  las  montañas?  Y  si  vencemos  ¿sería  acaso  un
      motivo de tristeza que yo consumiera en la batalla mis últimas fuerzas? Pero no
      hablemos de eso ahora. Esta noche descansaré en el Baluarte del Sagrario. ¡Nos
      queda al menos una noche de paz! ¡En marcha!
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