Page 885 - El Señor de los Anillos
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En la oscuridad creciente descendieron al fondo del valle. Allí, el Río Nevado
      corría cerca de la pared occidental. Y el sendero los llevó pronto a un vado donde
      las aguas murmuraban sonoras sobre las piedras. Había una guardia en el vado.
      Cuando el rey se acercó muchos hombres emergieron de entre las sombras de
      las rocas; y al reconocerlo, gritaron con voces de júbilo:
        —¡Théoden Rey! ¡Théoden Rey! ¡Vuelve el Rey de la Marca!
        Entonces  uno  de  ellos  sopló  un  cuerno:  una  larga  llamada  cuyos  ecos
      resonaron en el valle. Otros cuernos le respondieron, y en la orilla opuesta del río
      aparecieron unas luces.
        De  improviso,  desde  gran  altura,  se  elevó  un  gran  coro  de  trompetas;
      sonaban, se hubiera dicho, en algún sitio hueco, como si las diferentes notas se
      unieran en una sola voz que vibraba y retumbaba contra las paredes de piedra.
        Así el Rey de la Marca retornó victorioso del Oeste, y en el Sagrario, al pie
      de las Montañas Blancas, estaban acantonadas las fuerzas que quedaban de su
      pueblo; pues no bien se enteraron de la llegada del rey, los capitanes partieron a
      encontrarlo en el vado, llevándole mensajes de Gandalf. Dúnhere, jefe de las
      gentes del Valle Sagrado, iba a la cabeza.
        —Tres días atrás, al amanecer, Señor —dijo—, Sombragris  llegó  a  Edoras
      como  un  viento  del  oeste,  y  Gandalf  trajo  noticias  de  vuestra  victoria  para
      regocijo  de  todos  nosotros.  Pero  también  nos  trajo  vuestra  orden:  que
      apresuráramos  el  acantonamiento  de  los  jinetes.  Y  entonces  vino  la  Sombra
      alada.
        —¿La Sombra alada? —dijo Théoden—. También nosotros la vimos, pero eso
      fue en lo más profundo de la noche, antes que Gandalf nos dejase.
        —Tal vez, Señor —dijo Dúnhere—. En todo caso la misma, u otra semejante,
      una  oscuridad  que  tenía  la  forma  de  un  pájaro  monstruoso,  voló  esta  mañana
      sobre  Edoras,  y  todos  los  hombres  se  estremecieron.  Porque  se  lanzó  sobre
      Meduseld, y cuando estaba ya casi a la altura de los tejados, oímos un grito que
      nos  heló  el  corazón.  Fue  entonces  cuando  Gandalf  nos  aconsejó  que  no  nos
      reuniéramos en la campiña, y que viniéramos a encontraros aquí, en el valle al
      pie de los montes. Y nos ordenó no encender hogueras o luces innecesarias. Es lo
      que hicimos. Gandalf hablaba con autoridad. Esperamos que esto sea lo que vos
      hubierais  querido.  Ninguna  de  estas  criaturas  nefastas  ha  sido  vista  aquí  en  el
      Valle Sagrado.
        —Está bien —dijo Théoden. Ahora iré al Baluarte, y allí, antes de recogerme
      a  descansar,  me  reuniré  con  los  mariscales  y  los  capitanes.  ¡Que  vengan  a
      verme lo más pronto posible!
      El camino, que en ese punto tenía apenas media milla de ancho, atravesaba el
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