Page 6 - Las emociones de los estudiantes y su impacto en el aprendizaje
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                 que los humanos), pero con el tiempo han aprendido a reprimirlas para vivir
                 unas vidas más productivas y armoniosas.
                     Las emociones no son ilógicas, aunque a veces puedan ser muy doloro-
                 sas. Dale Carnegie, el abuelo del movimiento de autoayuda, sugería que los
                 humanos son criaturas básicamente emocionales más que lógicas (que es tal
                 vez la razón por la que Spock las encontraba tan frustrantes); y tenía razón. El
                 psicólogo americano Drew Western (autor de El cerebro político) ha dedicado
                 la mayor parte de su carrera académica al estudio de los hábitos de voto del
                 electorado de EEUU, y concluye que la gente rara vez toma decisiones lógicas
                 en lo tocante a escoger su gobierno. Por el contrario, el comportamiento de
                 voto es probable que sea más una respuesta emocional que lógica, un fenó-
                 meno que parece haber tenido algo de impacto en el referéndum de 2016 en el
                 Reino Unido sobre el Brexit de la Unión Europea. Si nuestros hábitos de voto
                 están alimentados por emociones, es altamente probable que otras decisiones
                 lo estén también.                       gratuita
                     Claro que seríamos más pobres de espíritu si las emociones no residieran
                 en nuestro interior. Sin emociones nunca seríamos capaces de experimentar
                 alegría, o perder la cabeza al ver por primera vez a nuestro recién nacido; nun-
                 ca seríamos capaces de reír hasta que se nos salten las lágrimas. Y a la inversa,
                            Muestra
                 sin emociones nunca podríamos experimentar el amargo dolor de la pérdida,
                 el deseo por alguien que hemos perdido o el sentimiento de empatía ante la
                 visión del malestar de otro. No me gustaría ser como Spock, perdiendo la ca-
                 pacidad que no solo me hace humano, sino que me hace ser quien soy. Lo que
                 Spock pasa por alto (y sí, entiendo que él es un personaje puramente ficticio)
                 es que las emociones sirven a un propósito; que no son simplemente un desliz
                 evolutivo. Por el contrario, son necesarias para la supervivencia humana.
                     Las emociones nos hacen saber cuándo hay peligro, o cuando un amigo
                 íntimo requiere de nuestra comprensión y apoyo. De hecho, esos humanos que
                 exhiben falta de emoción son vistos en cierto modo como carentes de una fun-
                 ción humana básica. Los individuos sin emociones parecen estar como fuera
                 de lo normal o que padecen de cierto tipo de deficiencia, porque la sociedad
                 valora las emociones y las considera como una cualidad humana básica.
                     Las emociones también tienen su lado oscuro. La ira y la rabia pueden ser
                 destructivas y conseguir que uno se dañe a sí mismo y a quienes se atreven
                 a cruzarse en su camino. La tristeza extrema puede conducir a algunos indi-
                 viduos a dañarse a sí mismos o a abandonar la sociedad, desatendiendo la
                 necesidad humana básica de conectar con los demás. Según la asociación de
                 salud mental Young Minds, uno de cada diez niños con edades comprendidas
                 entre los 5 y los 16 años sufre de un trastorno mental clínicamente diagnosti-
                 cable. Vamos a poner esto en contexto. En cada aula escolar hay alrededor de
                 tres niños que están lidiando con algún tipo de problema de salud mental. Por
                 cada 12 o 15 alumnos, al menos uno se ha autolesionado deliberadamente. De
                 hecho, en los últimos diez años los números indican que ha habido un 68% de


                                                                         © narcea, s. a. de ediciones





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