Page 7 - Las emociones de los estudiantes y su impacto en el aprendizaje
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Hablamos de las emociones 11
aumento de la cantidad de jóvenes ingresados en el hospital por haberse au-
tolesionado deliberadamente de alguna manera. Podría citar estadísticas aún
más desgarradoras, pero espero que llegados a este punto haya conseguido
transmitir mi mensaje.
Estas estadísticas subrayan el poder de las respuestas emocionales a los
acontecimientos externos. Las emociones guían y a menudo determinan el
comportamiento, elevándonos primero y permitiéndonos después volver a
chocar contra la tierra. Este libro no va de la salud mental adolescente; va de
gratuita
lo normativo y lo ordinario en vez de lo extremo. Sin embargo, merece la pena
que pensemos y nos planteemos cómo es la vida emocional de los aprendices
y sondear nuestro entorno. Si tomamos en consideración el espectro extremo
del continuum emocional, tres niños en cada aula de clase tienen cierto tipo de
enfermedad mental diagnosticable (una que tal vez haya pasado sin diagnosti-
car). Nos podríamos preguntar: ¿cómo impacta esto en su progreso educativo?
Los estudiantes que están lidiando con sus propias emociones puede que
estén invirtiendo unos preciosos recursos cognitivos simplemente en sobrevi-
vir al día a día, es improbable que estén plenamente participando en el proceso
de aprendizaje. Podría parecer que un determinado niño no está prestando
atención o es indiferente, callado o introvertido; puede ser que los problemas
Muestra
se manifiesten en comportamientos disruptivos y desafiantes. ¿Y qué hay del
alumno que constantemente se preocupa por aprobar un examen o sacar una
buena nota de sus deberes, o del niño que está tan superado por la ansiedad
que se descompone cuando se le plantea la más simple de las preguntas en cla-
se? Los profesores están familiarizados con las frecuentes reacciones inusuales
que reciben de los alumnos; algunas son puntuales, mientras que otras parecen
arraigadas y habituales. Cuando yo era joven rara vez levantaba la mano en
clase debido a la ansiedad (un trastorno con el que he peleado la mayor parte
de mi vida), que inevitablemente me convirtió en blanco de algunos profesores
que sentían que era su deber sacarme de mi “cascarón”. La verdad era que me
gustaba bastante mi cascarón porque me hacía sentir a salvo. Es más, sabía que
si llamaba la atención me aturullaría. El miedo a parecer incompetente hizo
que me replegara aún más, de modo que cuando llegó el momento de que
me hicieran una pregunta en clase, ya me había convertido en un tembloroso
manojo de nervios.
Estas ansiedades se disiparon, pero nunca llegaron a desaparecer. Como al-
guien que muestra rasgos introvertidos (evitaré afirmar ser “un introvertido”
por muchas razones que describo en el Capítulo 9) también sé que me acerco a
nuevos lugares, personas y situaciones con mucha precaución –casi con hiper-
vigilancia–, siendo este uno de los rasgos que se asocian con la introversión.
Cuando me hice profesor casi me había olvidado de mi ansiedad cuando
era niño y, me avergüenzo al admitir que di por sentado que mis alumnos en
cierto modo no sufrían de estas mismas ansiedades. Me costó algunos años
ganar confianza como profesor, pero finalmente logré establecer cierto tipo
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