Page 6 - Cuándo una escuela es democrática
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                  conocimiento de cómo los niños y adolescentes se desarrollan moralmente
                  y, por tanto, de cómo construyen entre ellos las normas para unas buenas
                  relaciones. Lo curioso es que nadie negaría el hecho de que tal contenido
                  es imprescindible para la formación del profesor, aunque en la práctica,
                  sobran los problemas de indisciplina, de agresividad, e incluso de violencia
                  entre los alumnos, sin que sus profesores sepan lidiar con ellos o se sientan
                         Muestra gratuita
                  capacitados para estas tareas.
                      El hecho es que, habiendo estudiado o no durante su formación este
                  aspecto del desarrollo humano, allí está el profesor en el aula: su función,
                  como bien sabe, es educar. Y, si la “educación”, en el sentido amplio de la
                  palabra, se ocupa de formar personas que se respeten a sí mismas y respe-
                  ten a los demás, sobran motivos para que exista en la escuela un trabajo
                  constructivo y sistematizado de las normas. He aquí que se plantea enton-
                  ces una nueva discusión: nadie puede negar la importancia de las normas
                  de conducta para la convivencia diaria. Ahora bien, el simple hecho de
                  que exista la CON-vivencia es un motivo razonable para que haya un tra-
                  tado de derechos y deberes.
                      Savater (2002) recuerda un episodio de la literatura universal para ex-
                  plicar la necesidad de las normas, y, en consecuencia, de la instalación de
                  la moral: se refiere al encuentro de Robinson Crusoe con Viernes. Mien-
                  tras el primero creyó que estaba solo, no existían prohibiciones ni derechos
                  que tuvieran que mantenerse; pero con la llegada del segundo, se instaura
                  una necesidad. Ante todo, era necesario reconocer que, aunque con con-
                  ductas, hábitos, lenguas diferentes, había algo en común: ambos, huma-
                  nos, podían atribuir valor a los comportamientos o a cualquier cosa y, por
                  lo tanto, negociar lo que sería bueno o malo para sí mismos y, ahora, para
                  el otro. Pero, ¿cómo crear acuerdos sin que uno restringiera al otro? Esta,
                  en igual medida, es la incesante duda de profesores y de cuantas personas
                  educan.
                      Este es el escenario: nadie tiene que negar el valor de las normas. Pero
                  lo que se ha hecho con ellas demuestra, como mínimo y en muchas ocasio-
                  nes, un desconocimiento de cómo se construye la moral, y una ausencia de
                  reflexión sobre ellas en el espacio educativo.












                  © narcea, s.a. de ediciones





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