Page 276 - Dune
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                                  Vinimos de Caladan… un mundo paradisíaco para nuestra forma de vida. No existía en
                                  Caladan la necesidad de construir un paraíso físico o un paraíso mental… podíamos
                                  verlos en la realidad que nos rodeaba. Y el precio que pagamos era el precio que los
                                  hombres  han  pagado  siempre  por  obtener  un  paraíso  en  sus  vidas:  nos  ablandamos,
                                  perdimos nuestro temple.

                                                        De Conversaciones con Muad’Dib, por la PRINCESA IRULAN



           —Así que tú eres el gran Gurney Halleck —dijo el hombre.

               Halleck  estaba  de  pie  en  la  redonda  caverna  despacho,  con  el  contrabandista
           sentado frente a él tras un escritorio metálico. El hombre llevaba ropas Fremen, y el

           tono azul demasiado claro de sus ojos indicaba que, al menos en parte, su dieta era de
           alimentos importados. El despacho era una reproducción del centro de control de una
           fragata espacial: transmisores y pantallas visoras a lo largo de treinta grados de la
           curvada pared, controles remotos de instrumentos y armas al otro lado, e incluso el

           escritorio parecía una proyección de la pared… como formando parte de la misma
           curva.

               —Soy Staban Tuek, hijo de Esmar Tuek —dijo el contrabandista.
               —Entonces, es a ti a quien debo darle las gracias por la ayuda recibida —dijo
           Halleck.

               —Ahhh, gratitud —dijo el contrabandista—. Siéntate.
               Un sillón de tipo astronáutico en forma de copa emergió de la pared junto a las
           pantallas, y Halleck se dejó caer en él con un suspiro, consciente de su agotamiento.

           Podía ver su propio reflejo en la oscura superficie junto al contrabandista, y frunció el
           ceño al observar las señales de la fatiga en su arrugado rostro. La cicatriz de estigma
           a lo largo de su mandíbula se contorsionó.

               Halleck apartó los ojos de su reflejo y miró a Tuek. Ahora descubrió el parecido
           familiar en su rostro… las gruesas cejas de su padre, el mismo perfil duro y cortante
           de las mejillas y nariz.

               —Tus  hombres  me  han  dicho  que  tu  padre  había  muerto,  asesinado  por  los
           Harkonnen —dijo Halleck.
               —Por los Harkonnen o por el traidor que había entre tu gente —dijo Tuek.

               La cólera saltó por encima de la fatiga de Halleck. Se irguió.
               —¿Puedes decirme el nombre del traidor?
               —No estamos seguros.

               —Thufir Hawat sospechaba de Dama Jessica.
               —Ahhh,  la  bruja  Bene  Gesserit…  quizá.  Pero  Hawat  se  encuentra  ahora
           prisionero de los Harkonnen.

               —Lo sé —Halleck hizo una profunda inspiración—. Me parece que se preparan



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