Page 278 - Dune
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—¿El Conde Rabban de Lankiveil?
—Sí.
Halleck necesitó un tiempo para conseguir dominar la oleada de ira que
amenazaba sumergirle. Cuando habló, lo hizo con voz jadeante.
—Tengo una cuenta personal que arreglar con Rabban. La vida de los míos… —
se frotó la cicatriz de su mandíbula—… y también esto…
—Uno no debe arriesgarlo todo por liquidar prematuramente una cuenta —dijo
Tuek. Frunció el ceño al observar el temblor de los músculos en la mejilla de Halleck,
la mirada repentinamente ausente de los ojos del hombre.
—Lo sé… lo sé… —Halleck resopló profundamente.
—Tú y tus hombres podéis trabajar para mí a fin de pagaros el viaje de salida de
Arrakis. Hay muchos puestos donde…
—Dejo a mis hombres que elijan por sí mismos lo que deseen. Pero con Rabban
aquí… yo me quedo.
—Por tus palabras, no estoy muy seguro de que nosotros queramos que te quedes.
Halleck miró fijamente al contrabandista.
—¿Dudas de mi palabra?
—Nooo…
—Vosotros me habéis salvado de los Harkonnen. Yo he jurado fidelidad al Duque
Leto por la misma razón. Me quedaré en Arrakis… con vosotros… o con los Fremen.
—Sea o no expresado, un pensamiento es siempre algo real y potente —dijo Tuek
—. Quizá entre los Fremen descubrieras que la línea que separa la vida de la muerte
es demasiado frágil e incierta.
Halleck cerró brevemente sus ojos, sintiendo de nuevo el cansancio.
—¿Dónde está el Señor que nos ha conducido por esta tierra de desiertos y de
abismos? —murmuró.
—Actúa lentamente, y el día de tu venganza llegará —dijo Tuek—. La rapidez es
el instrumento de Shaitán. Aplaca tu dolor… tenemos diversiones para esto; hay tres
cosas que alegran el corazón: el agua, la hierba verde y la belleza de una mujer.
Halleck abrió los ojos.
—Preferiría la sangre de Rabban Harkonnen corriendo a mis pies. —Miró a Tuek
—. ¿Crees que llegará ese día?
—No puedo ayudarte a afrontar el mañana, Gurney Halleck. Tan sólo puedo
ayudarte a afrontar el hoy.
—Entonces acepto la ayuda, y me quedaré hasta el día en que tú me digas que
vengue a tu padre y a todos los demás que…
—Escúchame, guerrero —dijo Tuek. Se inclinó hacia adelante sobre su escritorio,
la cabeza hundida entre sus hombros, la mirada intensa. El rostro del contrabandista
pareció súbitamente una máscara de piedra—. El agua de mi padre… la compraré de
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