Page 274 - Dune
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Cerró los ojos y, sobre aquel vasto desierto, conjuró en su mente una escena de
           Caladan. Era un viaje de vacaciones en Caladan: ella y el Duque Leto, antes de que
           naciera Paul. Habían volado sobre las junglas del sur, sobre la tupida hierba salvaje

           de las sabanas y los arrozales de los deltas. Y en todo aquel verde habían visto largas
           hileras  de  hormigas:  hombres  transportando  sus  cargas  mediante  suspensores
           anclados a las pértigas colocadas sobre sus hombros. Y en el mar, los blancos pétalos

           de los trimaranes dhows.
               Todo aquello había terminado.
               Jessica  abrió  sus  ojos  al  silencio  del  desierto,  al  ominoso  calor  diurno.  Los

           inquietos demonios del calor hacían temblar el aire por encima de las arenas abiertas
           del desierto. La otra roca frente a ellos parecía envuelta en niebla.
               Por un instante, una lluvia de arena formó una impalpable cortina al extremo de la

           fisura. La arena chirriaba por todas partes, esparcida por la brisa matutina, por los
           halcones que empezaron a alzar el vuelo en la cima del farallón. Cuando se hubo

           depositado, le pareció seguir oyendo su silbido. Era cada vez más intenso, un sonido
           que, una vez oído, ya no se podía olvidar.
               —Un gusano —murmuro.
               Apareció a su derecha, con una serena majestad que no podía ser ignorada. Un

           túmulo de arena en movimiento que cortaba la línea de dunas, atravesando su campo
           de visión. En un momento determinado, frente a ellos, el túmulo se empinó, cortando

           la  arena  como  la  proa  de  una  nave  corta  el  agua.  Luego  cambió  de  dirección,
           desapareciendo a su izquierda.
               El sonido disminuyó, murió.
               —He visto fragatas espaciales más pequeñas —murmuró Paul.

               Jessica asintió, continuando con la mirada fija en el desierto. Allí donde había
           pasado el gusano quedaba un rastro turbador, un surco sin fin curvándose ante ellos

           bajo el horizonte, como doblado entre el cielo y la arena.
               —Cuando  hayamos  descansado  —dijo  Jessica—  continuaremos  con  tus
           lecciones.
               Paul dominó una brusca irritación.

               —Madre —dijo—, ¿no crees que podríamos pasarnos sin…?
               —Hoy te has dejado arrastrar por el pánico —dijo ella—. Quizá conozcas mejor

           que yo tu mente y tu sistema nervioso bindu, pero aún tienes mucho que aprender de
           la musculatura prana. A veces el cuerpo actúa por sí mismo, Paul, y puedo enseñarte
           algo al respecto. Debes aprender a controlar cada músculo, cada fibra de tu cuerpo.

           Tus manos, por ejemplo. Comenzaremos con los músculos de los dedos, los tendones
           de  la  palma  y  la  sensibilidad  de  las  yemas.  —Se  volvió—.  Entremos  en  la  tienda
           ahora.

               Paul  flexionó  los  dedos  de  su  mano  izquierda,  mirando  a  su  madre  que  se




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