Page 272 - Dune
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externa sin que apareciera ningún signo de la mochila.
               ¿Habré equivocado mis cálculos?, se preguntó Paul. Me he dejado llevar por el
           pánico y esto ha ocasionado el error. ¿Acaso esto ha disminuido mi habilidad?

               Examinó  el  paracompás.  Quedaban  sólo  unos  cincuenta  gramos  de  la  infusión
           ácida.
               Jessica  se  irguió  en  el  pozo,  pasando  por  su  mejilla  una  mano  manchada  de

           espuma. Sus ojos encontraron los de Paul.
               —A la altura de tu cabeza —dijo Paul—. Lentamente ahora.
               —Añadió  otra  pizca  de  especia  al  recipiente,  echando  la  bullente  espuma

           alrededor  de  las  manos  de  Jessica  a  medida  que  esta  iba  cortando  una  hendidura
           vertical a lo largo de la pared del pozo. A la segunda tentativa, sus manos tropezaron
           con algo duro. Lentamente, liberó un trozo de correa y una anilla de plástico.

               —No lo muevas más —dijo Paul, y su voz era ahora un susurro—. No tenemos
           más espuma.

               Jessica sujetó la correa con una mano y miró hacia arriba.
               Paul tiró el paracompás vacío al fondo de la depresión.
               —Dame tu otra mano —dijo—. Ahora escúchame atentamente. Voy a tirar de ti
           fuertemente hacia abajo, a lo largo de la pendiente. No sueltes la correa, no va a caer

           mucha arena de arriba. La pendiente ha quedado estabilizada. Intentaré mantener tu
           cabeza fuera de la arena. Cuando el pozo se haya llenado, podré sacarte junto con la

           mochila.
               —Comprendo —dijo ella.
               —¿Preparada?
               —Preparada —tensó sus dedos en torno a la correa.

               Con  un  fuerte  tirón,  Paul  la  sacó  a  medias  del  pozo,  manteniendo  su  cabeza
           levantada  mientras  la  barrera  de  espuma  caía  hacia  el  fondo  del  pozo.  Cuando  se

           estabilizó,  Jessica  estaba  fuera  hasta  el  busto,  aunque  con  un  brazo  y  un  hombro
           metidos en la arena, pero con su barbilla protegida por un pliegue de la ropa de Paul.
           El hombro le dolía por la tensión.
               —Sigue sujetando la correa —dijo él.

               Lentamente, Paul hundió su mano en la arena junto a la de ella, encontrando la
           correa.

               —Los dos a la vez —dijo—. Tensión constante. No debemos romperla.
               Más arena se precipitó mientras tiraban de la mochila. Cuando la correa apareció,
           Paul  se  detuvo  y  liberó  completamente  a  su  madre  de  la  arena.  Después,  juntos,

           terminaron de extraer la mochila de su prisión arenosa.
               Unos  minutos  más  tarde  estaban  ambos  de  pie  en  el  suelo  de  la  fisura,  con  la
           mochila entre ellos.

               Paul miró a su madre. La espuma manchaba su rostro y su ropa. La arena se había




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