Page 268 - Dune
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cuando en cuando. Los gusanos no pueden investigar cada pequeño sonido que les
llega. Pero debemos estar completamente descansados para esto.
Miró en dirección a la otra pared rocosa, observando el paso del tiempo a través
de las sombras verticales creadas por la luz lunar.
—El alba estará aquí dentro de una hora.
—¿Dónde pasaremos el día? —preguntó Jessica. Paul giró a la izquierda y señaló.
—El acantilado se curva allí hacia el norte. Puedes ver que en aquel lugar el
viento ha corroído la superficie. Encontraremos grietas.
—¿No sería mejor partir inmediatamente? —preguntó ella. Él se levantó,
ayudándola a ponerse en pie.
—¿Has descansado bastante para el descenso? Quiero llegar lo más cerca posible
del desierto antes de acampar.
—Bastante —asintió ella, invitándole a abrir la marcha.
Él vaciló, luego cargó la mochila, la sujetó a sus hombros y echó a andar a lo
largo de la roca.
Si al menos tuviéramos suspensores, pensó Jessica. Sería muy sencillo saltar
hasta allá. Pero quizá los suspensores son otra de las cosas que no pueden ser
usadas en pleno desierto. Tal vez atraigan a los gusanos igual que un escudo.
Llegaron a una serie de terrazas que descendían, y más abajo vieron una fisura,
delineada por el claro de luna, que se hundía en la pared.
Paul inició el descenso, moviéndose cautelosamente pero rápido, porque era
obvio que la luz lunar no iba a durar mucho. Se sumergieron en un mundo de
sombras más y más profundas. Formas rocosas apenas visibles ocultaron las estrellas
a su alrededor. La hendidura se estrechó hasta tener sólo diez metros de ancho, al
borde de una pendiente de arena gris que se hundía hacia abajo en las tinieblas.
—¿Podemos descender? —murmuró Jessica.
—Creo que sí.
Probó la superficie con un pie.
—Podemos deslizarnos —dijo—. Yo iré primero. Espera hasta que me oigas
detenerme.
—Sé prudente —dijo ella.
Paul avanzó por la pendiente, deslizándose y resbalando hacia abajo por la blanda
superficie hasta encontrar un tramo casi llano de arena endurecida. El lugar quedaba
encajado entre murallas rocosas.
Entonces oyó el ruido de la arena deslizándóse tras él. Se volvió, intentó mirar
hacia arriba de la pendiente en la oscuridad, y fue embestido por una avalancha de
arena. Luego, de nuevo el silencio.
—¿Madre? —llamó.
No obtuvo respuesta.
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