Page 263 - Dune
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competencia.
               —¡Sujétate bien! —advirtió Paul.
               Accionó los mandos de las alas, suavemente al principio, luego más y más fuerte.

           Sintió cómo bloqueaban el aire, mientras el viento aullaba entre las cubiertas y las
           nervaduras.
               Bruscamente, con un débil chasquido, el ala derecha, debilitada por la tormenta,

           giró  hacia  lo  alto  y  cayó  hacia  atrás,  chocando  contra  el  costado  del  tóptero.  El
           aparato  escaló  una  duna  hasta  su  cima,  girando  a  la  izquierda.  Cayó  por  la  cara
           opuesta,  picando  de  nariz  contra  la  siguiente  duna  en  una  cascada  de  arena.  Se

           inmovilizaron inclinados hacia el lado del ala rota, con el ala intacta apuntando hacia
           las estrellas.
               Paul se soltó el cinturón de seguridad, pasó al lado de su madre, ascendiendo, y

           empujó con violencia la portezuela. La arena cayó dentro de la cabina, llenándola de
           un olor a yesca quemada. Tomó la mochila de la parte de atrás, controlando que su

           madre  se  hubiera  soltado  el  cinturón.  Jessica  salió,  apoyándose  en  la  estructura
           metálica, y Paul la siguió, arrastrando con él la mochila.
               —¡Corre! —ordenó. Señaló una torre rocosa que se levantaba contra el arenoso
           viento en medio de una duna.

               Jessica saltó del tóptero y corrió, tropezando y resbalando en la ladera de la duna.
           Oyó a Paul que la seguía jadeando. Alcanzaron la cresta arenosa que se curvaba en

           dirección a las rocas.
               —Sigue la cresta —indicó Paul—. Iremos más aprisa.
               Siguieron corriendo hacia las rocas. La arena parecía pegarse a sus pies y sorber
           hacia abajo.

               Un nuevo sonido llegó entonces hasta ellos: un silbido mudo, un cuchicheo, un
           roce abrasivo.

               —Un gusano —dijo Paul.
               El sonido se hizo más intenso.
               —¡Aprisa! —jadeó Paul.
               El primer promontorio rocoso, como una playa surgiendo de la arena, no estaba a

           más  de  diez  metros  de  ellos  cuando  oyeron  a  sus  espaldas  un  horrible  crujido  de
           metal despedazado.

               Paul  pasó  la  mochila  a  su  brazo  derecho,  sujetándola  por  las  asas.  Golpeó  su
           costado mientras corría. Tomó el brazo de su madre con la otra mano. Escalaron el
           suelo rocoso, a lo largo de una superficie cubierta de guijarros, en un canal excavado

           por el viento. Su respiración se hizo seca y resollante en sus gargantas.
               —No puedo correr más —jadeó Jessica.
               Paul se detuvo, la empujó hacia una hendidura rocosa, se volvió y miró hacia el

           desierto. Una duna avanzaba paralelamente a su isla de roca… rizos de luz lunar, olas




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