Page 262 - Dune
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—No me gusta el ruido de nuestras alas —dijo Paul—. Deben estar dañadas.
               Notó las sacudidas a través de sus manos en los controles. Habían salido de la
           tormenta, pero aún no habían alcanzado la meta de su visión presciente. De todos

           modos se habían salvado, y Paul sintió que temblaba, en el umbral de una revelación.
               Se estremeció.
               La  sensación  era  hipnótica  y  terrible,  y  se  preguntó  el  por  qué  de  aquella

           temblorosa consciencia. Parte de ella, pensó, era debida a la saturación de especia de
           todos los alimentos de Arrakis. Pero se convenció de que otra parte era debida a la
           letanía, como si las palabras tuvieran casi un poder propio.

               «No conoceré el miedo…».
               Causa y efecto: vivía a despecho de las fuerzas malignas, y se dio cuenta de que
           se acercaba a una nueva percepción que no hubiera podido tener lugar sin la magia de

           la letanía.
               Palabras de la Biblia Católica Naranja resonaron en su memoria: «¿Acaso no nos

           falta un sentido para ver y oír el otro mundo que está a nuestro alrededor?».
               —Hay rocas alrededor nuestro —dijo Jessica.
               Paul se concentró en los controles del tóptero, agitando su cabeza para aclararla.
           Miró hacia donde señalaba su madre, viendo negras rocas que emergían de la arena

           delante y a su derecha. Sintió el viento en sus tobillos, una ráfaga de polvo en la
           cabina. Había un orificio en alguna parte, quizá causado por la tormenta.

               —Será mejor posarnos en la arena —dijo Jessica—. Las alas pueden romperse en
           un frenazo brusco.
               Paul indicó con la cabeza algunas rocas ante ellos, que surgían entre las dunas a la
           luz de la luna.

               —Tomaremos tierra allí, entre esas rocas. Comprueba tu cinturón.
               Ella obedeció, pensando: Tenemos agua y destiltrajes. Si encontramos comida,

           podremos sobrevivir largo tiempo en este desierto. Los Fremen viven aquí. Lo que
           puedan hacer ellos podemos hacerlo nosotros.
               —Corre hacia las rocas en el mismo momento en que nos detengamos —dijo Paul
           —. Yo llevaré la mochila.

               —Correr hacia… —se calló, asintiendo—. Gusanos.
               —Nuestros  amigos,  los  gusanos  —corrigió  él—.  Se  comerán  este  tóptero.  No

           quedará el menor rastro de nuestro aterrizaje.
               Qué directa es su lógica, pensó ella.
               Se deslizaron lentamente, cada vez más lentamente…

               Tuvieron la sensación de que algo se movía a su paso… las confusas sombras de
           las dunas, las rocas como islas en la arena. El tóptero tocó la cima de una duna con un
           ruido sedoso y saltó hacia adelante, tocando otra duna.

               Está  utilizando  la  arena  como  freno,  pensó  Jessica,  y  se  permitió  admirar  su




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