Page 257 - Dune
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exprimes  a  Arrakis  hasta  el  último  céntimo  durante  los  próximos  sesenta  años,
           ¡apenas habremos conseguido cubrir los costes!
               Rabban abrió la boca, y la cerró sin pronunciar ninguna palabra.

               —Costoso —sonrió el Barón—. Ese maldito monopolio espacial de la Cofradía
           nos hubiera arruinado, si yo no hubiese tenido la precaución de prever este gasto hace
           ya mucho tiempo. Debes saber, Rabban, que nosotros hemos sostenido todo el coste

           de la operación. Incluso hemos pagado el transporte de los Sardaukar.
               Y,  no  por  primera  vez,  el  Barón  se  preguntó  si  llegaría  el  día  en  que  pudiera
           prescindir de la Cofradía. Eran insidiosos… extrayendo la sangre hasta que uno no

           podía hacer objeciones, hasta el momento en que uno se hallaba en su poder y podían
           obligarle a seguir pagando y pagando y pagando.
               Siempre,  los  costes  más  exorbitantes  recaían  en  las  expediciones  militares.

           «Tarifa de riesgo», explicaban los untuosos agentes de la Cofradía. Y por cada agente
           que  uno  conseguía  infiltrar  en  el  seno  del  Banco  de  la  Cofradía,  ella  conseguía

           infiltrar dos de sus propios agentes en el sistema de uno.
               ¡Intolerable!
               —Entonces, beneficios —dijo Rabban.
               El Barón bajó su brazo y apretó el puño.

               —Tienes que estrujarles.
               —¿Y podré hacer lo que quiera, con tal de estrujarles?

               —Todo lo que quieras.
               —Los cañones que trajiste —dijo Rabban—. ¿Podré…?
               —Voy a llevármelos de aquí —dijo el Barón.
               —Pero tú…

               —No vas a necesitar esos juguetes. Eran una innovación muy especial, pero ahora
           son inútiles. Necesitamos el metal. No pueden ser usados contra un escudo, Rabban.

           Su principal cualidad es la sorpresa. Era previsible que los hombres del Duque se
           refugiarían en las cavernas de este abominable planeta. Nuestros cañones sólo han
           servido para emparedarlos dentro.
               —Los Fremen no usan escudos.

               —Podrás quedarte algunos láser si lo deseas.
               —Sí, mi Señor. Y tendré mano libre.

               —Tanto tiempo como sigas estrujando.
               La sonrisa de Rabban era radiante.
               —Comprendo perfectamente, mi Señor.

               —No comprendes nada perfectamente —gruñó el Barón—. Que esto quede bien
           claro. Lo que debes comprender es cómo ejecutar mis órdenes. ¿Se te ha ocurrido
           pensar, sobrino, que hay más de cinco millones de personas en este planeta?

               —¿Quizá mi Señor ha olvidado que yo era aquí su regente siridar? Y, mi Señor




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