Page 254 - Dune
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La ausencia de aire, ¿eh? La ausencia de agua. La ausencia de algo a lo que se sea
adicto. —El Barón agitó su cabeza—. ¿Me comprendes, Nefud?
Nefud deglutió.
—Sí, mi Señor.
—Ahora, muévete. Encuentra al jefe Sardaukar e inicia las operaciones.
—Inmediatamente, mi Señor. —Nefud se inclinó, se volvió y salió
apresuradamente.
¡Hawat a mi lado!, pensó el Barón. Los Sardaukar me lo darán. Si sospechan
algo será que quiero destruir al Mentat. ¡Y les confirmaré esta sospecha! ¡Los
idiotas! Uno de los más formidables Mentat de toda la historia, un Mentat adiestrado
en matar, y me lo dejarán como un juguete inútil para que lo rompa. Pero les
mostraré el uso que puede hacerse de un tal juguete.
El Barón deslizó una mano hacia un tapiz al lado de su cama a suspensor y
oprimió un botón llamando a su sobrino mayor, Rabban. Esperó, sonriendo.
¡Y todos los Atreides muertos!
El estúpido capitán de los guardias estaba en lo cierto, por supuesto. Sin lugar a
dudas, nada sobreviviría en el camino de una tormenta de arena de Arrakis. Ni un
ornitóptero… ni sus ocupantes. La mujer y el chico habían muerto. Todas las
corrupciones en su justo lugar, los increíbles gastos para transportar aquellas
aplastantes fuerzas militares hasta el planeta… todos los astutos informes
confeccionados a la medida de los oídos del Emperador, todo el vasto plan
cuidadosamente puesto a punto, daba por fin sus frutos.
¡Poder y miedo… miedo y poder!
El Barón veía el camino trazado ante él. Un día, un Harkonnen sería Emperador.
No él, ni tampoco ninguno de sus retoños. Pero un Harkonnen. No aquel Rabban al
que acababa de llamar, por supuesto, sino el hermano más pequeño de Rabban. El
joven Feyd-Rautha. Había en el muchacho una cierta dureza que alegraba al Barón…
una ferocidad.
Un muchacho adorable, pensó el Barón. Uno o dos años más… digamos cuando
alcance sus diecisiete años, y sabré si es realmente el instrumento que necesita la
Casa de los Harkonnen para acceder al trono.
—Mi Señor Barón.
El hombre que estaba de pie en el umbral de la puerta de entrada del dormitorio
del Barón, protegida por el campo, era de baja estatura, grueso de rostro y de cuerpo,
con los rasgos de la línea paterna de los Harkonnen presentes en los ojos muy juntos
y los anchos hombros. Había cierta rigidez en sus gorduras, pero era obvio que dentro
de muy poco tiempo tendría que llevar suspensores portátiles para acarrear todo su
exceso de grasa.
Una mente musculosa y un cerebro blindado, pensó el Barón. No es un Mentat,
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