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¿Qué es lo que desprecias? Por ello serás conocido.
Del Manual de Muad’Dib, por PRINCESA IRULAN
—Están muertos, Barón —dijo Jakin Nefud, el capitán de los guardias—. Tanto la
mujer como el muchacho están ciertamente muertos.
El Barón Vladimir Harkonnen se levantó arropado por los suspensores de sueño
de sus habitaciones privadas. A su alrededor, más allá de estas habitaciones,
envolviéndole como un huevo de múltiples cáscaras, se hallaba la fragata espacial
que le había traído hasta Arrakis. Allí en sus habitaciones, el duro metal de la nave
había sido disimulado con tapices, con paneles decorados y con raros objetos de arte.
—Es una certeza —dijo el capitán de los guardias—. Están muertos.
El Barón encajó su gordo cuerpo en los suspensores, centrando su atención en una
estatua de ebalina, representando a un muchacho saltando, situada en una hornacina
al otro lado de la estancia. El sueño se alejó de él. Ajustó los suspensores bajo los
grasos pliegues de su cuello y miró más allá del único globo del dormitorio, hacia la
puerta donde se hallaba el capitán Nefud, inmovilizado de pie por el pentaescudo.
—Están realmente muertos, Barón —repitió el hombre.
El Barón captó en los vacuos ojos de Nefud las huellas de la semuta. Era obvio
que el hombre se hallaba sumido en la droga en el momento en que había recibido
aquel informe, y había tomado el antídoto antes de precipitarse hacia allí.
—Tengo un informe completo —dijo Nefud.
Hagámosle sudar un poco, pensó el Barón. Los instrumentos del poder deben
estar siempre afilados y a punto. Poder y miedo… afilados y a punto.
—¿Has visto sus cadáveres? —retumbó el Barón.
Nefud vaciló.
—¿Bien?
—Mi Señor… se les ha visto hundirse en una tormenta de arena… vientos por
encima de los ochocientos kilómetros. Nada sobrevive a una tormenta, mi Señor.
¡Nada! Uno de nuestros propios aparatos ha sido destruido en la persecución.
El Barón observaba fijamente a Nefud, notando el tic nervioso en los músculos de
su mandíbula, el modo como se crispaba su mentón cuando intentaba deglutir.
—¿Has visto los cadáveres? —preguntó el Barón.
—Mi Señor…
—¿Con qué propósito has venido hasta aquí haciendo tintinear tu armadura? —
gruñó el Barón—. ¿Para decirme que algo es cierto cuando en realidad no lo es?
¿Crees acaso que debo felicitarte por tu estupidez, ascenderte de nuevo?
El rostro de Nefud palideció.
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