Page 246 - Dune
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Jessica se apoyó al otro lado del aparato, recobrando su aliento.
—Los Harkonnen habrán dispuesto una fuerza de cobertura sobre esta zona —
dijo—. No son estúpidos. —Consultó su sentido de orientación y señaló hacia la
izquierda—. La tormenta va por allí.
Paul asintió, luchando contra una repentina repugnancia a moverse. No conocía el
origen, pero aquel conocimiento no le hubiera sido de ninguna utilidad. Aquella
noche, en un determinado momento, había superado un decisivo nexo hacia el más
profundo desconocido. Conocía las regiones temporales que le circundaban, pero el
ahora-y-aquí seguía siendo un misterio. Era como si se hubiera visto a sí mismo,
desde lejos, desaparecer a través de un valle. Entre los innumerables caminos que
salían del valle, algunos tenían el poder de conducir a Paul Atreides hasta su vista,
pero muchos otros, no.
—Cuanto más esperemos, mejor preparados estarán ellos —dijo Jessica.
—Entra y sujeta tu cinturón —dijo él.
Subió al ornitóptero, luchando aún con el pensamiento de que aquella era una
zona oscura, no vista en ninguna de sus visiones prescientes. Y con un brusco
sentimiento de shock comprendió que había ido confiando una vez más en sus
recuerdos prescientes, y que esto le había debilitado en aquel momento de
emergencia.
«Si confías tan sólo en tu mirada, tus otros sentidos se debilitarán». Este era un
axioma Bene Gesserit. Lo hizo suyo, jurándose a sí mismo no caer nunca más en
aquella trampa… si lograba sobrevivir a este momento.
Se sujetó el cinturón de seguridad, revisó el de su madre e inspeccionó el
vehículo. Las alas estaban completamente desplegadas, con sus delicadas nervaduras
metálicas extendidas. Tocó la palanca retractora, comprobando que las alas se
replegaban para el empuje inicial de los chorros, tal como se lo había enseñado
Gurney Halleck. El contacto funcionaba correctamente. Los diales del panel de
instrumentos se iluminaron cuando conectó los chorros. Las turbinas dejaron oír un
sordo silbido.
—¿Lista? —preguntó.
—Sí.
Tocó el control de las luces.
Las tinieblas les rodearon.
Su mano era tan sólo una sombra entre los diales luminosos cuando pulsó el
control de la puerta. Se oyó un estridente gruñido ante ellos. Una cascada de arena se
precipitó al interior, luego hubo silencio. Una polvorienta brisa azotó a Paul en las
mejillas. Cerró su portezuela, comprobando que la presión interna se restablecía.
Un amplio polígono de estrellas, matizadas por nubes de polvo, había aparecido
allá donde antes estaba la puerta. Una cresta rocosa se siluetaba sobre el fondo, entre
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