Page 248 - Dune
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daremos a los Fremen —susurró Paul.
—La tormenta —dijo Jessica—. ¿No sería mejor dar media vuelta?
—¿Pero y el aparato que nos sigue?
—Están virando.
—¡Ahora!
Paul retractó las alas y enfiló directamente al lento y engañoso rebullir de la
tormenta, sintiendo tensarse sus mejillas bajo la fuerza de la aceleración.
Le pareció que se hundían en una nube de polvo que se hacía más y más densa. El
desierto y la luna desaparecieron. El aparato no fue más que un largo y horizontal
zumbido de oscuridad iluminado tan sólo por la verdosa luminiscencia del panel de
instrumentos.
Por la mente de Jessica pasaron en una ráfaga todas las advertencias que había
oído con respecto a esas tormentas: cortaban el metal como si fuera mantequilla,
corroían la carne hasta los huesos y pulverizaban luego estos mismos huesos. Densos
vórtices de polvo sacudían al vehículo, haciéndolo girar mientras Paul luchaba con
los mandos. Cortó la energía, y el aparato se encabritó. El metal a su alrededor gimió
y tembló.
—¡Arena! —gritó Jessica.
Percibió el gesto negativo de su cabeza a la débil luz del panel.
—No hay arena a esta altura.
Pero ella sintió que se sumergían cada vez más profundamente en aquel
Maëlstrom.
Paul extendió las alas al máximo, oyéndolas gemir bajo el esfuerzo. Sus ojos
estaban fijos en los instrumentos, guiando por instinto, luchando por no perder altura.
El ruido empezó a disminuir.
El tóptero derivó hacia la izquierda. Paul se concentró en la esfera luminosa con
la curva de altitud, batallando por enderezar el aparato y mantenerlo en su línea de
vuelo.
Jessica tuvo la horrible impresión de que se habían detenido, y de que todos los
movimientos provenían del exterior. Una constante oleada de polvo al otro lado de las
ventanillas, un retumbante silbido, le recordaron las fuerzas desencadenadas a su
alrededor.
El viento debe alcanzar los setecientos o los ochocientos kilómetros por hora,
pensó. La adrenalina mordió su organismo. No debo tener miedo, se dijo,
murmurando para sí las palabras de la letanía Bene Gesserit. El miedo mata la mente.
Lentamente, los largos años de adiestramiento prevalecieron.
La calma volvió a ella.
—Tenemos al tigre por la cola —susurró Paul—. No podemos descender, no
podemos aterrizar… y no creo que consiguiera salir de aquí. Tendremos que cabalgar
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