Page 243 - Dune
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este plan —dijo Kynes—. Arrakis tiene su propio plan, que nosotros…
—Desde el trono —dijo Paul— podría convertir Arrakis en un paraíso con un
solo gesto de mi mano. Este es el precio que ofrezco por vuestro apoyo.
Kynes se envaró.
—Mi lealtad no está a la venta, Señor.
Paul miró fijamente al otro lado del escritorio, afrontando la fría mirada de
aquellos ojos totalmente azules, estudiando el barbudo rostro, el aspecto autoritario.
Una dura sonrisa rozó sus labios.
—Bien hablado —dijo—. Pido disculpas.
Kynes sostuvo la mirada de Paul.
—Ningún Harkonnen ha admitido nunca su error —dijo—. Quizá los Atreides no
seáis como ellos.
—Podría ser un fallo de su educación —dijo Paul—. Vos decís que no estáis en
venta, pero sigo pensando que puedo ofreceros un precio que debéis aceptar. A
cambio de vuestra lealtad os ofrezco mi lealtad… totalmente.
Mi hijo posee la sinceridad de los Atreides, pensó Jessica. Ese tremendo, casi
ingenuo honor… la formidable fuerza que representa la verdad.
Vio que las palabras de Paul habían impresionado a Kynes.
—Esto es absurdo —dijo Kynes—. Sois tan sólo un muchacho y…
—Soy el Duque —dijo Paul—. Soy un Atreides. Ningún Atreides ha faltado a su
palabra.
Kynes tragó saliva.
—Cuando digo totalmente —dijo Paul—, quiero decir sin reservas. Daría mi vida
por vos.
—¡Señor! —dijo Kynes, y la palabra surgió como si le hubiera sido arrancada,
pero Jessica vio que ya no le estaba hablando a un muchacho de quince años sino a
un hombre, a un superior. Esta vez Kynes había hablado con sinceridad.
En este momento daría su vida por Paul, pensó. ¿Cómo consiguen los Atreides
llegar a ello tan rápidamente, tan fácilmente?
—Sé que habláis sinceramente —dijo Kynes—. Pero los Harkonnen…
La puerta se abrió con fuerza detrás de Paul. Se volvió y descubrió una explosión
de violencia: gritos, el entrechocar de acero, imágenes cerúleas de rostros
contorsionados.
Con su madre a su lado, Paul saltó hacia la puerta, viendo a Idaho bloqueando el
paso, sus ojos inyectados en sangre brillando a través del confuso halo del escudo,
numerosas manos intentando sujetarle, destellos de acero arqueándose repelidos por
el escudo. La descarga anaranjada de un aturdidor fue rechazada por el escudo. Las
hojas de Idaho penetraban en la carne a su alrededor, cortando y cercenando,
chorreando sangre.
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