Page 238 - Dune
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—Dejaste un escudo allá —dijo Paul.
—Uno grande, conectado a toda su potencia —dijo Idaho—. El rayo de un láser
lo ha tocado… —se alzó de hombros.
—Fusión subatómica —dijo Jessica—. Es un arma peligrosa.
—No es un arma, mi Dama, tan sólo una defensa. Esos canallas se lo pensarán
dos veces, a partir de ahora, antes de usar de nuevo un láser.
Los Fremen de los ornitópteros se detuvieron a su alrededor. Uno de ellos dijo en
voz baja:
—Debemos ponernos a cubierto, amigos.
Paul se levantó, mientras Idaho ayudaba a Jessica a hacer lo mismo.
—Esta explosión va a atraer considerable atención. Señor —dijo Idaho.
Señor, pensó Paul.
La palabra tenía un sonido extraño dirigida a él. Señor había sido siempre su
padre.
Se sintió tocado por un breve instante por sus prescientes poderes. Y se vio presa
de aquella salvaje consciencia racial que estaba conduciendo al universo humano
hacia el caos. La visión le sacudió, y dejó que Idaho le condujera a lo largo del borde
de la hondonada hacia una proyección rocosa. Los Fremen estaban abriendo allí un
camino en la arena con sus compresores estáticos.
—¿Puedo tomar vuestra mochila, Señor? —preguntó Idaho.
—No pesa, Duncan —dijo Paul.
—No lleváis escudo corporal —dijo Idaho—. ¿Queréis el mío? —echó una
ojeada a la distante barrera—. No creo que sigan utilizando los láser, al menos por el
momento.
—Guarda tu escudo, Duncan. Tu brazo derecho es un escudo suficiente para mí.
Jessica observó el efecto de la alabanza, cómo Idaho se acercaba más a Paul, y
pensó: Mi hijo sabe cómo tratar a los suyos.
Los Fremen apartaron un bloque rocoso que cerraba un pasaje que se hundía
hacia la base misma de la montaña. Una lona de camuflaje había sido preparada para
cubrir la abertura.
—Por aquí —dijo uno de los Fremen, y los condujo por una escalera tallada en la
roca hacia las tinieblas.
Tras ellos, la lona cayó sobre el claro de luna. Una débil luz verdosa apareció ante
ellos, revelando los peldaños y las paredes de roca, un giro hacia la izquierda.
Embozados Fremen los rodeaban por todos lados, empujándolos hacia adelante.
Giraron el ángulo, enfrentándose a otro pasaje que seguía descendiendo. Finalmente
desembocaron en una cámara subterránea de paredes burdamente talladas en la roca.
Kynes estaba de pie frente a ellos, con la capucha de su jubba echada sobre los
hombros. El cuello de su destiltraje relucía a la verdosa luz. Sus largos cabellos y su
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